jueves, 29 de abril de 2010

-2- no tiene título

2-

Daniela miró a su padre sin comprender por qué llevaba todo el día llorando. Sentía un profundo dolor en el pecho, pero le era imposible comprender por qué le dolía. Tan solo tenía seis años. En cuanto supiera dónde estaba su madre iría a preguntárselo -porque siempre tenía respuestas para todo-, aunque llevaba tres días sin verla. Le sorprendió la cantidad de gente que inundaba la Iglesia.
-Papá, ¿por qué tenemos que ir a la Iglesia si hoy no es domingo?
-Daniela, hija. Es por Mamá. ¿Recuerdas?
-Ah, vale. Pues espero que vuelva pronto de estar con los angelitos, porque tengo que preguntarle una cosa…
Álvaro miró a esos ojos castaños, humedecidos por la impotencia y por no poder comprender lo que estaba sucediendo. Sentía como su niña, su princesa, con la mano en el pecho, le miraba esperando encontrar alguna respuesta. Aun con grandes esfuerzos y una sonrisa postiza pudo decirle: -Y yo también, mi niña, y yo también…
Todos se pusieron en pie cuando el sacerdote entró en la Iglesia para iniciar el oficio. Daniela se fijó en una señora, ya anciana, que contemplaba el féretro. Estaba en el banco de al lado. Junto a ella, una joven le cogía del brazo. Veía que, con los ojos fielmente cerrados, la anciana rezaba continuamente. Su cara reflejaba el más puro sufrimiento. Vio como su barbilla empezaba a vibrar incontrolablemente seguida de una tierna lágrima que enjuagó rápidamente. Esa escena conmovió a Daniela que, tras haber soltado la mano de su padre, se dirigió a ella. La señora Virginia abrió los ojos y se la encontró delante. No se sorprendió por la belleza de Daniela ya que era el fiel reflejo de su madre.
- Eres preciosa, lo sabes, ¿verdad?
- ¿por qué lloras? –dijo Daniela haciendo caso omiso a su cumplido.
- Porque tu madre está en el Cielo, y la voy a echar de menos.
- Papá me ha dicho que está con los angelitos. – dijo acercándose a su oído como si fuera su gran secreto.
La señora Virginia miró a Álvaro. Éste entonó una leve aunque llorosa sonrisa mientras la señora Virginia le susurró: - Es un ángel.

El funeral de Lucía fue multitudinario. Álvaro se sorprendió de que conociese a tanta gente.
En una ocasión, al llegar a casa tras el trabajo, Lucía vio que Álvaro se sentaba derrumbado en el sofá.
- ¿qué te ocurre, motero? – preguntó Lucía.
Álvaro se incorporó y la besó.
- ¿Recuerdas a Fernando? – le dijo abatido.
- Sí, claro. Tu compañero de clase cuando ibas a la facultad. ¿Qué le ha ocurrido?
- Ayer, cuando volvía a casa del trabajo, tuvo un accidente de coche y falleció.
Lucía, al oír las palabras de su marido, apretó los labios y le abrazó.
En el funeral, aun siendo Fernando un hombre de negocios, fueron apenas treinta personas. Entre ellas, Lucía y Álvaro.

Tras darle sepultura, Álvaro rezó para que nunca la olvidara. Depositó una margarita junto al nombre de su mujer y miró a Daniela.
- ¿te parece bien que vengamos a ver a mamá todos los domingo?
Daniela miró a su padre, y agarrándole de la mano le dijo: -Papá, creo que prefiero ver una foto de mamá que un montón de tierra…
Álvaro sonrió de verdad por primera vez desde que Lucía falleció.

(Lucía es Sui, y Álvaro es David. He cambiado los nombres)