viernes, 31 de diciembre de 2010

son ellos

Te sientas y te acomodas. Te enciendes un cigarro y la recoges en tu regazo. Repasas, lentamente, todos y cada uno de los matices color roble. Acaricias su barniz. Te miras la mano y te retocas las uñas, perfectamente adaptadas. Le das una calada al cigarro y lo dejas reposar de nuevo en el cenicero; y te envuelves de ese humo, para ti tiernamente apestoso, mientras te entusiasma volver a componer.

Poco a poco te haces con los trastes, las notas, las cuerdas y los sonidos para crear magia. Tu obra, antes soñada, va existiendo poco a poco. Retomas melodías olvidadas y las fusionas, actualizándolas para darle ese papel principal en tu obra. Mientras te inundan tus pensamientos oyes a lo lejos unas notas de piano, débiles, tímidas. Afinas el oído y descubres que las manos delgaduchas que dan alegría a esas teclas son las de tu hermano pequeño.

- ¿Tú tocas esto? –le preguntas después de haber entrado en su habitación. Te lo encuentras sentado en la cama, con el órgano en su regazo y sus pensamientos en sus manos.

Te sonríe sonrojado.

Regresas a tu sitio, con tu guitarra y tu cigarro. Vuelves a imaginar. Las cuerdas rasgan sonidos nuevos en cada traste que te sitúas. Tus melodías poco a poco se componen. Pero… de pronto, escuchas de nuevo. ¿Quién es este? Dejas descansar a tu creadora y bajas las escaleras ansioso por ver cómo las baquetas golpean creando ritmos asombrosos. Te admiras por los redobles y los compases que tu hermano, el otro, es capaz de hacer. Resoplas y le dejas con sus historias. Él no se ha enterado de tu presencia. Te das media vuelta y te alejas mientras notas como los sonidos te golpean la nuca. Maravilloso.

De pronto te paras. “–Me falta uno”. Piensas.

Pues sí, ese soy yo. Pero yo estoy junto a las letras, describiendo. Mis uñas no son capaces de entrar en comunión con las cuerdas, ni tampoco son capaces de acariciar las teclas para ver nacer nuevas obras. Ni mis manos se curten mientras las baquetas redoblan una y otra vez. Mis manos se manchan de tinta por veros lucir vuestros talentos. Mis dedos revolotean frente a un teclado, alegres, imparables. Y mis rubores empiezan cuando escucho que dentro de vuestros talentos seguís con vuestro espíritu inviolable.

Sois mis hermanos.

jueves, 23 de diciembre de 2010

¿a qué perteneces?

- Te sientas en el sofá y escuchas. Resulta que dentro de todos tus pensamientos encuentras un resquicio que pensabas olvidado y lo saboreas al haberlo encontrado. Te levantas y te preparas una copa. Son las cinco de la mañana. La noche ha sido bastante positiva: has conseguido quedar para cenar con la camarera: alta, morena y tremendamente espectacular. Sonríes al recordarla y le pegas un sorbo a tu gintonic, recién hecho; y vuelves a escuchar tus pensamientos...
¿Qué recuerdo? Pues bien, recuerdo que caminaba sobre un manto verde junto a ti, y que cuando me imaginaba cuánto dudaría ese paseo, me repetía: -Para siembre. Para siempre.
Tras ese momento de recuerdo, agitas tu copa y ves entre los hielos la imagen de un hombre. Un hombre perdidamente perdido -valga la redundancia-. Y te enzarzas en una guerra con los momentos vividos ente victorias y derrotas, entre mares y montañas. Una lucha que lo que provoca es que te envuelvas de una gloria especial, de un amor perenne. Eterno.
Resulta que lo que ves entre los mares del caos es una paz entre la guerra y la perturbación. Resulta que esa paz es la resultante de ese momento de calma, ese momento de paz junto a la chimenea. Ese momento de soledad intacta, rodeada de buenos recuerdos y de buenos momentos que lo único que provocan es que sonrías.
- Y que reaccione... Creo.
- No creo que reacciones. Estás demasiado enamorado del momento. No puedes reaccionar.
- Puedo. Fíjate -y se levanta extendiendo la manos con signo de aprobación-.
- Amigo, no puedes. Perteneces al mundo de los sueños.
- ¿Al de Alicia y su país de maravillas?
- Sí, cara culo. Más o menos. -y tras mirarle fijamente un momento, te dices: - Menudo desastre de tío.

lunes, 20 de diciembre de 2010

actúa -2-

- Has tardado en buscarme. –Le dijo tras el beso.

- Lo siento, estaba ligando con otra mujer. –Le susurró mientras besaba delicadamente la punta de su nariz.

- ¿Era un buen partido? –Preguntó.

- Desde luego. –Dijo con un exagerado suspiro.

- ¿Y puedo saber el nombre de mi competencia?

- Bárbara.

Daniela sonrió sin dejar de mirarle.

- Mi abuela se llama Bárbara. –Dijo devolviéndole el beso.

- ¿Tu abuela? –exclamó.

Daniela se apoyó en su hombro y buscó entre la gente.

- Mírala, ahí la tienes. –Le comentó al oído.

Tomás se giró y sus temores se hicieron realidad al ver a doña Bárbara. No le sorprendió tanto que levantara su enésima copa de cava y que brindara enérgicamente por ella misma “-¡y por la salud de mi nieta!”. Lo que le sorprendió es que una señora tan paranoica fuese la abuela de la mujer más tierna y dulce que había conocido en su vida.

- Dios mío, he ligado con tu abuela. –Dijo sin dejar de mirarla.

- Me alegra que sea ella mi competencia. – Y volvió a oler su flor.

martes, 14 de diciembre de 2010

actúa

- No contemplo otro momento mejor que este. –comentó confiado.

- ¿Mejor que esperar a la cena?

- El momento es ahora. ¿No lo ves? –respondió mirando-. Es ahora o nunca.

- Recuerda que solo tienes una oportunidad. Y más aún si lo haces ahora, delante de todo el mundo –un momento de suspiro-. Entiendo que tengas ganas, pero debes buscar la razón y masticarla antes de perder la oportunidad.

- Amigo, lo que pretendo hacer no requiere de oportunidad, sino de hecho –dijo mientras se levantaba, sonreía y se dirigía hacia ella.

Era, según Tomás, el momento ideal. La luz tenue y cálida bañaba toda la sala. De fondo se oían unas notas perdidas, de piano de cola, que amenizaban las conversaciones más aburridas. Dentro de toda esa corrección estaba a punto de realizar la mayor y más deseada de sus locuras.

Pasó junto a un camarero que portaba una bandeja redonda, de plata. Sobre una fina alfombrilla se posaban unas cuantas copas de cava. Cogió dos copas, agradeció al camarero el detalle de pararse mientras éste las cogía, y continuó su andadura entre el gentío.

- ¿Tomás? –dijo una voz chillona.

- Mierda –pensó-. Se dio la vuelta y sonrió amablemente. – doña Bárbara, que grandísima ilusión verla aquí.

Doña Bárbara era una señora sexagenaria, millonaria y viuda. Le encantaba flirtear con la juventud con la esperanza de rejuvenecer por ello. Aun incluso con su sutil demencia senil, alardeaba de su portentosa memoria. Recordaba hechos, fechas, nombres y situaciones. Todas a la perfección.

- Me dijiste que me invitarías a cenar y no lo has hecho. –respondió seria.

- Tiene usted toda la razón. –Comentó a regañadientes- Permítame que enmiende mi error invitándola a una copa de cava.

Doña Bárbara miró al muchacho con detenimiento.

- Estás guapo.

- Va a conseguir que me ruborice. –dijo mientras le extendía una de las copas.

- ¿A quién buscas? –preguntó mientras la cogía.

Tomás interrumpió su sorbo de cava.

- ¿Cómo ha sabido que busco a alguien? –preguntó entre susurros.

- Porque te brillaba la cara cuando te he visto y ahora miras constantemente de reojo a esa preciosidad. –Comentó con alarde de sabiduría entre un par de sonrisas.- No pierdas el tiempo y ve a por ella. Tengo entendido que tiene unos cuantos pretendientes por aquí que no dejan de rondarla.

- ¿Y cree usted que se fijará en mi?

- Pequeño muchacho, confía en mí. Haz exactamente lo que te digo. Olvídate de las copas de cava. Trae, que me las beberé yo mientras soporto al plasta de Antonio.

- Es un buen partido.

- Es un viejo verde –respondió antes de beberse la primera copa de golpe-. Bien, olvídate de las copas y coge eso de ahí –señaló-. Tú solo acércate y deja que tu corazón te gobierne por un momento. Después ya tendrás tiempo de razonar las memeces que has llegado a decir. Ahora lo que tienes que hacer es actuar.

- ¿Puedo agradecérselo?

- Nunca agradezcas antes de conseguir tu objetivo. –Y se dio media vuelta mientras sorbía su segunda copa de cava.

En ese momento el piano enmudeció. Las voces reverberaban en la sala y se desubicó por un momento. A lo lejos unos ojos marrones le miraban. Dio media vuelta, extendió la mano y cogió una de las flores que adornaban una columna. El silencio musical llegó a su fin con unas notas nacientes de Bach. Junto al joven pianista doña Bárbara asintió con un tierno guiño antes de beberse de golpe su tercera copa de cava.

- Donde estás… -murmuró tras unos instantes de búsqueda.

Sostuvo el aliento cuando notó que una mano enjaulaba tiernamente uno de sus dedos. Bajó la mirada y reconoció esas manos espigadas.

- Estoy aquí. –Dijo contestando a su murmuro-.

Tomás alzó la vista y la belleza de Daniela le hizo titubear. Sin soltar ese dedo furtivo cariñosamente cautivo, levantó la otra mano para descubrir su flor. El piano seguía sonando, ahora ocultando las voces de la muchedumbre. Tomás pudo sentir a doña Bárbara, orgullosa, tomándose la cuarta copa de cava. Era ese el momento por el que debía dejar gobernar a su corazón.

- No necesito nada más. –dijo pensando en voz alta sin dejar de mirarla.

Daniela le miró, cogió la flor y respondió.

- Yo tampoco. –Y le besó-.

viernes, 10 de diciembre de 2010

vida salvaje

Esta mañana me he despertado con sensación a llanero solitario; con el mismo espíritu con que se levantaba John Wayne –o don Clint Eastwood como máximo exponente-, lenta y pausadamente, con aire malhumorado. He abierto los ojos y he adoptado en seguida la misma expresión, dejando caer primero una pierna, murmurar por el dolor del costado y dejando caer pesadamente la otra pierna. Mi cara, con expresión ruda y sobrada de hombría se ha encontrado con la de mi madre, como no, desencajada por mi tontería matinal. Y ahora que lo pienso, puede que ese espíritu del Salvaje Oeste haya sido un poco exagerado… De ahí el bofetón de mi madre cuando le he gritado: “Madre, prepáreme el baño, engráseme las botas y avise a pequeño Jimmy para que ensille al caballo”, terminando mi inteligente intervención con un escupitajo al suelo. El bofetón ha resonado, eso sí, como un pistolero en pleno asalto a la diligencia. Qué dolor…

Como es lógico, esta vuelta a la realidad –forzada por el golpe autoritario de mi madre- ha hecho desvanecer mis sueños matutinos. El olor a cuero, pólvora, caballo, naturaleza salvaje y libertad… desaparecidos.

Sin embargo, como soy hombre hecho de ilusiones, me he metido en la ducha con otra ilusión: Cogía el bote de champú con fuerza mientras oía al gentío corear mi nombre. Llovía, sí, pero eso no me importaba. Mis fans, apelotonados como sardinas, esperaban apasionados a que empezara el recital. Y tras un momento de espera –en el que he aprovechado para enjabonarme la cabeza- el concierto friki ha empezado. Menudo éxito.

domingo, 5 de diciembre de 2010

el origen


- Vuelve al origen.

- ¿cómo? –pregunto

- Pura esencia, amigo mío. Ahí es donde debes estar. –me contesta.

- Lo intentaré… -murmuro. Y tras un momento en silencio le digo- Escucha.

Recuerdo una historia, la de un muchacho que soñó despierto durante toda su vida. Soñó con un ángel. Su nombre, desconocido. Lo único que necesitaba era recordar, y junto a ese recuerdo tejía su historia, cada vez más y más fuerte. Era tal su amor furtivo, que incluso caminando por la calle unía las manos simulando que enjaulaba la suya con la de ese recuerdo. Pero dentro de ese amor, había un profundo pozo de sufrimiento y desespero. No sabía cómo evadirlo si dejar de pensar en ella. Gozaba por unos minutos de su gloria, junto a su historia, pero pronto aparecían las sobras de la realidad y lo nublaban todo. La angustia se apoderaba del muchacho por ver que su dulcinea no existía. Era un pobre enamorado de la nada.

- Vamos a ver, este chico se enamoró de un sueño, entiendo. ¿esto es posible?

- En el origen las cosas pueden ser o no ser. En este caso, el amor de este muchacho se cristalizó en un sueño y un recuerdo constante. Sobre la base de una mínima realidad. Era su vida y su ilusión. Alguien que siempre le sonreía cuando él lo necesitaba. Alguien que siempre estaba junto a él. Era un amor de capricho, pero…

- Bendito capricho- dijo interrumpiendo.

- …sí. Bendito. –afirmé.

- Entonces, ¿siempre se quedó con el amor de un sueño?

- No. Finalmente, después de muchos momentos turbios, conoció a su sueño.

- ¿existía esa mujer?

- Sí. Pero no adelantes acontecimientos. Sigue escuchando, pues para saber el cómo, hay que conocer el por qué. Ahí es donde vamos.

- Al origen. –comenta.

- Sí.

jueves, 2 de diciembre de 2010

aliento apestoso

Escuchas y sientes como el aliento apestoso del coloquio mezquino te calienta la nuca. Oyes como reverberan las palabras pudientes de unos cuantos que vomitan -sin contemplaciones- suposiciones con anhelo de veracidad. Y tanto es el menosprecio por aquél que se habla, que ni tan siquiera se plantea uno darle la oportunidad de opinar.

Este es el significado de la marujería: Reunión de engendros correveidiles que se deleitan con las penas de unos y se enzarzan con las mentiras de otros. ¿Para qué? Vete a saber para qué…

lunes, 29 de noviembre de 2010

el síntoma

- Es el síntoma el que me resulta curioso: Noto cómo mi corazón, de repente, se sacude con fuerza. Mis manos tiemblan débilmente y me falta el aliento. Pienso y vuelvo a temblar; vuelvo a notar cómo los latidos resuenan, uno detrás de otro, alegremente. Respiro y suena tembloroso. Me siento inquieto y creo que me conquistará el pánico. Cojo aire llenando los pulmones y expiro lentamente. Poco a poco me deshincho y me tranquilizo. La calma vuelve a gobernar y me invade una paz momentánea. Así pues vuelvo al trabajo, al quehacer diario que ocupa parte de mi energía. Me sumerjo en él y vuelvo a la serenidad de tenerlo todo bajo control, pero de repente… recuerdo, pienso, vuelvo a recordar y todos mis síntomas vuelven. Es como si viviera en un bucle incontrolable. ¿Sabes lo que me pasa?

- Sí. Que te estás enamorando.

jueves, 11 de noviembre de 2010

¿un poema?

- Tienes que escribir más –me comenta-. Volver a los inicios. Dejar que la tinta marque en el papel los versos de una poesía.
- ¿Una poesía? Yo ya no escribo esas cosas.
- ¿Por qué? –pregunta sorprendido por mi mueca.
- Porque soy un guerrero de las letras, no una flor.
Me mira y no puede evitar reírse. No conmigo, sino de mí.
- ¿Guerrero?
Vuelve a reírse, pero ahora enjuagándose las lágrimas por la memez que acabo de decir.
- No eres guerrero escribiendo sobre cuchillos, de la misma manera que no eres flor escribiendo algunos versos… -consigue decir después de unos segundos de descojone.
Le miro y repaso sus palabras. Aun viniendo de un amigo cabrón que se ha reído en mi cara, me tomo en consideración su consejo. Cierro los ojos y echo un vistazo al archivo oculto de mi memoria, en el ala de los escritos olvidados; los escritos con el sello de la flor. De pronto me paro, repaso un par de hojas y recito:

Escuché y revisé el firmamento
Y tras dejar el sufrimiento a un lado,
Me escupiste frente al lecho del dorado
Y esculpiste la memoria del recuerdo.

Ataviaste mis vestidos con los fardos
De los sueños, de galantes y de magos.
No supiste contrastar el sentimiento
Que chorreaba por el alma en tu costado.

Me condeno por querer ser tu cordero,
Por querer que ralentices mi recuerdo.
Por cantar las alegrías del momento.

Con mis manos agarradas frente al fuego,
Que ennegrecen por el llanto vago y seco,
Veo la mierda que escupiste en su momento.

- ¿Y esto? –la risa ha desaparecido.
- Es una flor, pero con espinas.
- Entiendo…

viernes, 5 de noviembre de 2010

Visita

- ¿Irás a ver al Papa? –pregunta uno a su amigo.
- No. Y menos si se gastan tanto dinero en alguien que no me representa. Me parece una vergüenza.
- ¿Pero por qué una vergüenza? –pregunta de nuevo, extrañado.
- ¡Porque estamos en crisis!
La tensión se saborea con un espeso silencio. Finalmente el primero pregunta.
- ¿Realmente te preocupa el gasto? ¿O es que por ser el Papa, o sea Católico, de ahí viene tu molestia?
- Me da por culo que venga ese tío y que encima paguemos por que venga.
- Tu problema entonces no es el que dices que es. El problema es que te domina tu odio hacia lo católico. Qué curioso, amigo mío. Tú eres de los que reclamas derechos y libertades hasta para las moscas. Pero cuando se habla de representación o noticia referente a algo católico… ¿dónde quedan esos derechos?
- … - silencio avergonzante.
- ¿No sabes qué decir? Me suena que el aborto ahora viene de gasto público…
- … - más silencio de ese.
- Vale, entiendo.

jueves, 4 de noviembre de 2010

primera lección

- Aprendiendo.
- ¿A ser qué?
- A ser persona. –Comento con cigarro humeante.
- Pero… ¿Qué eres ahora? Porque yo te veo persona.
- Amigo, no es solo la apariencia, sino el ser.
- El ser… ¿Pero qué ser? Ahora sí que me he perdido. Porque tú… ¿no habías dejado de fumar?
- Sí. –Respondo mirándome la mano envuelta en ese humo apestoso.
- Entonces eres, pero eres falso; porque dejas de fumar pero fumas sin fumar.
- Ahora me he perdido yo. –Respondo.
Me mira, me sonríe y suspira débilmente.
- Tienes mucho que aprender.

jueves, 28 de octubre de 2010

la noche (parte 3)

Tras haber ocultado los cuerpos advirtió que los tres restantes habían formado un solo grupo. Los nervios conquistaban a uno de ellos mientras que los otros dos permanecían con sus semblantes serios, escudriñando el terreno. Agachó la cabeza y recogió un tronco. Cogió aire y lo lanzó tan lejos como pudo. El ruido del tronco atrajo a uno de los tres, que se distanció del grupo haciendo caso omiso de las órdenes de sus compañeros. Advirtió que no llevaba seguro en el arma y que disponía del índice en el gatillo; La barbilla le temblaba y los ojos, abiertos como platos, brillaban entre la oscuridad. Águila uno permaneció inmóvil junto a los arbustos. Dudaba entre el solitario y los otros dos hombres. Sabía que si iba hacia el solitario y lo mataba, los otros dos hombres sabrían perfectamente su ubicación. Tembló al ver que estaban a escasos pasos de la secuoya donde había enterrado sus botas y su reloj. Hundió el machete en el barro, se llenó las manos con él y se untó la cara de nuevo. Recogió el machete y se acercó silenciosamente hacia su próxima víctima. En cuanto se hubo puesto a su espalda, hundió la hoja en el costado mientras le agarraba para que no gritara. Los pataleos le parecían absurdos contra el filo de su machete hundido su carne, pero no los disparos. El hombre empezó a disparar alertando a sus dos compañeros que se apresuraron a socorrerle. Tras un fuerte forcejeo consiguió reducirle y hacerse con el arma. Advirtió que los dos hombres se acercaban deprisa con las armas apuntando en su dirección. Si abría fuego, ellos también lo harían, así que dejó el arma en el suelo y se agachó junto al cadáver a escasos dos metros, rezando para no ser descubierto. La pisada de una bota aterrizó junto a él. Templó los nervios y alzó cuidadosamente la vista. Aún no le habían visto. Se miró las manos y comprobó que las tenía descubiertas. Lentamente las hundió en el barro y guardó silencio.
La tormenta le dio unos instantes para poder pensar. Debía actuar con firmeza. No sabía quienes eran ni qué querían, pero no iba a perder tiempo en preguntárselo, y menos aún cuando él había sido el causante de cinco muertes en menos de diez minutos. Se pasó tumbado unos instantes hasta que lo único que oía era su propio respirar.
Poco a poco fue estudiando el terreno en busca de los dos hombres que aún permanecían con vida. No les veía pero sabía que aún estaban ahí. Se fue incorporando lentamente, ocultándose tras las grandes hojas de gunnera. Todo estaba en silencio; demasiado. De pronto un golpe helado le sacudió la pierna. El dolor era tan frío que le quemaba por dentro. La bala le había atravesado el muslo con lo que había sido un disparo limpio, pero no por ello menos doloroso. Se tiró al suelo y giró sobre sí mismo hasta llegar al primer cadáver. Cogió su ametralladora y comprobó que tuviera balas.
- Joder, cómo duele.- murmuró apretando los dientes.
Rodó hacia el primer árbol que vio y se sentó en el suelo apoyándose en él. Aprovechó para hacerse un torniquete con el cinturón. La pierna le temblaba fuertemente y las manos sufrían hinchadas por el contacto permanente con el barro y el agua. La humedad le había calado las ropas y los nervios habían hecho mella en él: Había fallado, y por su error, había sufrido un disparo.

miércoles, 27 de octubre de 2010

la noche (parte 2)

Abrió los ojos y miró el reloj. Hizo un tremendo esfuerzo para acostumbrar la vista a esa oscuridad. No quería encender la luz ya que sabía que no estaba solo. El fuego humeaba débilmente. El reloj marcaba las cuatro y cuarto de la mañana. El silencio conquistaba el bosque y el temor a ser descubierto le hizo acurrucarse aun más en el agujero. Se llevó la mano a la pierna y liberó el machete que lo ocultó para evitar que el reflejo de la hoja desvelara su posición. De pronto volvió a escuchar el crujir de la maleza. Esta vez venía de una dirección diferente a la primera.
- Son dos. –pensó.
Extendió la mano lentamente y cogió un pequeño tronco. Respiró pausadamente y lo lanzó tan lejos como pudo. El chasquido de las ramas rotas se detuvo cuando el tronco cayó a veinte metros. De pronto consiguió ver a un hombre, menudo, de metro sesenta y pocos, con las dos manos sujetas en la ametralladora apuntando hacia donde había caído el tronco. Levantó la mano y señaló, sin mediar palabra, en dirección al tronco. Lentamente el hombre se alejó mientras escuchaba nuevos chasquidos provenientes de diferentes direcciones. Cerró los ojos y contó. Eran siete.
Cuado el grupo de hombres armados se ubicaba a unos diez metros de su escondite, cogió el machete y lo rebozó de barro. Se incorporó lentamente y localizó a los siete hombres. Se descalzó y cubrió las botas con los troncos mientras templaba los nervios.
- El reloj también. –se dijo mientras se lo sacaba y lo ocultaba bajo tierra. -No quiero ningún reflejo.
Sujetó el machete firmemente y rodeó el bosque. Los hombres no tardarían en descubrir que era un tronco el culpable del ruido. Advirtió que los hombres se separaban en grupos de dos, menos uno, el que había visto mandar, que iba solo. Se agachó junto a un arbusto detrás de la primera pareja. Constató que uno de ellos no superaba la edad de diecisiete años y que el temor le invadía el cuerpo. Rápidamente le hundió la hoja en la nuca mientras le tapaba la boca para evitar sorpresas. Antes de que su compañero advirtiera el asesinato, el filo ya le había segado la garganta. Amontonó los cuerpos y ocultó las ametralladoras bajo el arbusto. Hundió el machete de nuevo en el barro para camuflarlo y evitar destellos. Nadie se había dado cuenta que faltaban dos. Aún…
Quedaban cinco hombres atentos y nerviosos a la vez. Eso resultaba peligroso porque eran totalmente impredecibles. Había empezado a llover con intensidad. Esperó a que una pareja quedara rezagada y les asestó varias puñaladas. Sólo el silencio se dio cuenta de los asesinatos. Ya sólo quedaban tres.

martes, 26 de octubre de 2010

la noche (parte 1)

- Recuerdo que la primera historia que me contó –prosiguió-, me hizo verle con otros ojos. Tu abuelo, siendo un hombre apuesto, había llegado a saborear las mieles de la desgracia y el terror en ciertos momentos de su vida…
- ¿Lo pasó mal? –Preguntó incrédula-. Siempre había pensado que mi abuelo había sido feliz.
- Tu abuelo fue feliz –se apresuró a contestar-. Eternamente feliz junto a vosotros, su familia. Sin embargo, mucho antes, tuvo que forjarse entre el barro y la tormenta.
- ¿Te refieres a cuando fue al ejército?
- Sí. ¿Sabes la historia?
- No. El abuelo decía siempre que los recuerdos del pasado deben quedar ahí. Nunca nos contó nada.
- Yo tuve la suerte de conocer muchas historias. Esta empieza así:

“El barro le cubría hasta las rodillas y el frío le paralizaba los dedos de manos y pies. Le costaba sentir lo que tocaba, y notaba como su cuerpo se entumecía poco a poco. Sus labios, agrietados por el frío y el intenso viento, sufrían hinchados cada vez que murmuraba que lo iba a conseguir. Llevaba siete horas caminando y el F-35 quedaba ya lejos, a unos 9 kilómetros, oculto entre la maleza y el barro. Maldecía recordando las últimas palabras que había mantenido con la base.
- Águila uno a base 3, cambio.
Segundos de espera.
- Base 3, águila uno. Adelante.
- Desciendo a ciento cincuenta pies por segundo. –Comentó de inmediato.- El timón de profundidad desintegrado por un proyectil; No he logrado ver de dónde venía. La cámara de expulsión preparada. Desconecto localizador en 5 segundos. –Expuso tan rápidamente como pudo.
Dos segundos de incertidumbre. El altímetro indicaba que en breves haría contacto con el suelo.
- Águila tres, copiado. Tenemos sus coordenadas, iremos a bu…
El altímetro marcaba 215 pies cuando activó el inyector y la lanzadera salió disparada. Presenció cómo su avión se estrellaba en la densa maleza mientras planeaba buscando un lugar donde aterrizar, aunque no disponía de mucho margen dado que se encontraba a escasos metros de las copas de los árboles. Sabía que debía ser rápido y sigiloso. Le habían enseñado en la academia a tomar decisiones en fracciones de segundo. Aunque era un hombre curtido en la materia, sabía que no podía relajarse ni un minuto.

Los últimos rayos de sol empapaban las copas de los árboles y pequeños resquicios de esa luz se filtraban entre la densa vegetación. Anduvo un cuarto de kilómetro más hasta que decidió hacer noche en un pequeño agujero junto a una enorme secuoya. Preparó el fuego compuesto de pinaza y ramas secas y se acomodó junto a él para intentar calentarse y pasar la noche lo mejor posible. Antes de cerrar los ojos colocó una señal que le permitiera orientarse a primera hora de la mañana. Sabía que las tormentas eran muy frecuentes y que, con ellas, la densa niebla ocultaba el mundo y te impedía ver a más de cinco metros. Agradeció haber mirado la previsión del tiempo para la próxima semana antes de partir en el vuelo de reconocimiento, y maldijo al que le había destrozado el timón de profundidad con los disparos. A causa de ello, se encontraba en medio de un enorme bosque, sin comida ni agua para beber. Avivó un poco más el fuego y colocó junto a él unos cuantos troncos. Por fin, al tenerlo todo preparado, cerró los ojos y se durmió.

menudo sueño...

Estoy frente al ascensor, cansado, con ganas de irme a casa. El día ha sido agotador. Mientras espero al ascensor, me desajusto la corbata y me desabrocho el primer botón de la camisa. “-Qué alivio. Pienso.” En esos momentos oigo que suena el timbre que indica que el ascensor ha llegado a planta. Recojo mi maletín mientras las puertas se abren, y para mi sorpresa veo a una mujer seria pero hermosa, inmersa en sus pensamientos. Sus labios carnosos sufren el pellizco delicado de sus dientes mientras revisa delicadamente su manicura. Su traje de chaqueta gris marengo con falda de tubo me permite admirar su escandalosa silueta tiernamente embutida. Consigo reaccionar tras permanecer unos segundos frente al ascensor, parado como un tonto. Después de entrar silenciosamente tratando de evitar distraer a la bella empresaria, me digo murmurando: “-Al parking.” Las puertas se cierran. Toso débilmente, temeroso. Lucho contra mis ojos para evitar mirar sus piernas. Es una bella pelea entre la atracción y lo prohibido. Finalmente sucumbo. Vaya par.
Paramos en la planta 3. Se sube Carlos, el amigo gordinflón capaz de desgraciarte los momentos más deliciosos. Al ver el panorama me saluda con una sonrisa maliciosa mientras no puede evitar expresar, patosamente, la alegría que le hace coincidir con semejante escultura. Con la mirada lo mato. Cojo el móvil y le escribo un mensaje: “bájate”. Pasan los segundos y se cierra el ascensor. La cara rosada de Carlos se ha vuelto roja y tiernamente sudorosa. Realmente está emocionado. Recibo su respuesta: “No.” Leo el mensaje dos o tres veces para cerciorarme que el cabrón de mi amigo no va a mover sus grasientas nalgas. Mientras pienso en un plan el bip de mi móvil me indica que he recibido otro mensaje. “Tienes la bragueta bajada” consigo leer entre rubores. Tímidamente descuelgo mi brazo izquierdo para cerciorar el mensaje. En ese momento, por culpa de mis sutiles movimientos de desespero, corroboro que la empresaria me mira sorprendida. Qué putada, me ha pillado con la mano en la bragueta. Pero… ¿qué es esto?
La empresaria me sigue mirando mientras extiendo la mano y levanto el brazo. Sonrío. Sin dejar de mirarla bajo el brazo de golpe pegándole una colleja al gordo de mi amigo. –No tengo la bragueta bajada. Digo el voz alta. Carlos se gira y me mira sorprendido haciéndome señas con el dedo, tratando de evitar que la Bella se de cuenta de nuestra admiración. Yo no le miro porque sólo tengo ojos para los dos castaños que me inundan bajo unas pestañas perfectas. Llegamos a la planta dos y el momento se congela.
- Hasta mañana. Comenta Carlos pensando en la palmera de chocolate que se va a comer.
Yo la sigo mirando, hipnotizado. Me susurra su nombre. Le susurro el mío. Las puertas se cierran y…
Son las 8.05am. El sonido estridente de mi despertador echa a perder el momento. ---…Dichoso aparato capaz de destrozar los sueños más apetecibles…
Buenos días puñetera realidad.

jueves, 7 de octubre de 2010

la historia

- Por favor, una copa de vino blanco para mí, y para mi muchacho… -Helena sostuvo la cara de incógnita a la espera de la elección de Fernando- ¿Qué deseas tomar? –insistió sin dejar de mirarle. Y tras unos segundos de espera, por fin el muchacho reaccionó.
- Sí, disculpe. –Dijo mirando al camarero- Para mí una cerveza. –Sonrió- Mi muchacha me sorprende constantemente…
El camarero tomó nota y se marchó.
- ¿Cómo que mi muchacha? – Preguntó amablemente Helena.
La luz de medio día iluminaba parte del rostro de Helena que, sonriente, sostenía una mirada cálida y sosegada. Sus ojos claros destellaban frente a los rayos de ese sol pre-otoñal. Fernando estaba descubriendo algo que siempre le había desconcertado: se estaba enamorando.
Se pasaron horas hablando. La admiración del uno por el otro poco a poco fue demostrándose con más intensidad, hasta llegado al punto en que Fernando avanzó el brazo sutilmente para chocar con la mano de Helena. El suave contacto provocó un titubeo en ella que pronto disimuló, pues entre el índice y el pulgar enjauló cariñosamente uno de los largos y elegantes dedos de Fernando.
- Háblame de tu abuelo. –Dijo mirándole la mano-.
- He estado los últimos dos meses estudiando manuscritos de mi abuelo, cartas y notas. Todo me resulta sorprendente y a la vez curioso, pues no comprendo momentos de su vida. Le escribí para que me explicara y me aclarara mis dudas, y la parte de la carta que te enseñé fue la única que hacía referencia a lo que le pregunté. –Fernando la miró-.
- ¿Qué es lo que te intriga de tu abuelo?
- Él. –Respondió de inmediato.
Fernando levantó la vista y vio en ella cierta preocupación. Tomó aire, pensó todo lo que quería decir, volvió a tomar aire y empezó.
- Estuve con él los momentos previos a su fallecimiento. –Comentó centrándose de nuevo en sus manos. Helena las apretó ligeramente.- Pensó en ti cada día.
Hizo una pausa y vio que Helena cerró por un momento los ojos, como tratando de recordar su voz, su olor, su tacto.
-Todas las tardes –prosiguió Fernando-, cuando volvía de trabajar me pasaba una horita por casa de tu abuelo y hablábamos. Le encantaba hablar de arte, sus aventuras y su amante… Es como él llamaba a su moto.
- ¿Te dijo algo antes de fallecer? –preguntó Helena.
- Sí. Que escribiera su historia.
- ¿Qué historia? –preguntó extrañada.
Fernando esperó a que el camarero terminara de servir.
- Helena, tu abuelo tuvo una de las vidas más apasionantes que he podido conocer. Estuvo donde debía estar, trató a quien quiso amar y fue un hombre feliz hasta que tu abuela falleció…
- Su muerte hizo que se distanciara de nosotros… -comentó pensativa.- Pero cuéntame, muchacho. Quiero saber cómo fue mi abuelo.

- Debes involucrarte en todas y cada una de las palabras que te cuento. Imagínate y procura saborearlas. Memorízalas. Sólo de esta manera podrás comprender la historia y el espíritu que tu abuelo quiso transmitirme.

Helena sorbió un poco de vino y se inclinó para prestar toda la atención posible.
- Cuéntame. Estoy ansiosa.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

la prueba

Por fin llegó la hora de partir. Se incorporó de un salto y se plantó frente al espejo del recibidor.
- Chico, alegra esa cara, que no muerde. –se dijo mientras se echaba un vistazo.
Tras haberse cambiado dos veces de chaqueta, salió en dirección a la Plaza de la Constitución. El sol, cálido en el mes de septiembre, contrastaba con el aire fresco que durante esa semana acariciaba la ciudad. La gente, con chaqueta en mano, disfrutaba del buen tiempo paseando y gastando el día en las terrazas.
Miró el reloj. -La una y dieciocho –leyó-. Aceleró el paso y dio un suspiro al plantarse en la Plaza a falta de dos minutos para la una y media. Se preguntó si reconocería a la pequeña pues nunca la había visto. De pronto, junto a la puerta del Café, vio a una chica joven, de pelo rizado recogido en un desmelenado moño del cual caían algunos mechones rubios. Su cara, de suave piel morena contrastaba con sus ojos claros. Portaba una pequeña carpeta que custodiaba con ambas manos. Se preguntó, durante unos segundos, si sería ella. Luego lo rogó. Tragó saliva, se acercó y le sonrió.
- ¿Eres tú? –dijo extendiéndole la mano.
- Pensaba que no te atreverías a venir a saludarme. –comentó sonriente mientras estrechaba tiernamente la mano del muchacho, que ahora estaba sonrojado. - ¿Nos sentamos?
- Donde quieras. –dijo devolviéndole la sonrisa.
Eligieron una mesa apartada y se sentaron. Ella lo hizo de cara a la plaza agradeciéndole el gesto por haberle permitido escoger sitio.
- Me gusta mirar a la gente. –puntualizó.
- Igual que tu abuelo. –Respondió el muchacho mientras se acomodaba.
-Por cierto, ¿cómo te llamas? Se que me llamas pequeña porque mi abuelo me llamó así toda su vida. Pero me llamo Helena.
- Helena. –repitió-. Tienes un nombre bonito.
- Gracias. –dijo ruborizada.
- Yo me llamo Fernando. Tu abuelo me llamó muchacho durante toda su vida… Hacía tiempo que no pensaba en mi verdadero nombre…–Hizo una pausa permitiendo al recuerdo conquistar por un instante el momento-. Hablando de tu abuelo, ¿qué es eso que necesitas que te aclare?
Helena descubrió la carpeta aun a resguardo entre sus manos. La abrió cuidadosamente y le entregó una hoja, perfectamente cuidada. Fernando no tardó el descubrir que era parte de la carta que el abuelo había escrito a su nieta. El fragmento rezaba:

“(…) al muchacho, siempre al muchacho. Créeme pequeña, acude a él. Sin embargo, el poder de la confianza debes concedérselo tú, como también debes ganarte la suya. Las respuestas las tiene él.”

Fernando se quedó de piedra. ¿Qué quería decir con ganar la confianza? ¿Para qué? ¿Respuestas? Recordó, aun con la hoja en sus manos, las múltiples conversaciones y las peticiones extrañas que de vez en cuando el abuelo le hacía.
- No entendí esta parte hasta ahora. –Comentó Helena interrumpiendo los pensamientos de Fernando.
- ¿Por qué hasta ahora? Lo siento, pero me acabo de perder de nuevo.
Helena sonrió.
- Porque te he conocido. –Y levantó la mano para avisar al camarero-.

martes, 21 de septiembre de 2010

el nuevo reto

El funeral fue breve y emotivo aunque no comprendía la alegría espiritual que el cura, don Feliciano, decía tener. A él le faltaba una pieza fundamental de su aprendizaje, su educación y su existencia. Su maestro había fallecido dejando huérfano al conocimiento.

A la mañana siguiente despertó como de costumbre y desayunó como de costumbre, pero no telefoneó al anciano como de costumbre para cerciorarse que su noche había sido apacible. Durante esos minutos de recuerdo, permaneció frente al teléfono, gastando el tiempo, tratando de cumplir su amada rutina aunque ésta hubiera sufrido un tremendo batacazo.
De pronto sonó el teléfono y recogió su recuerdo para atender a la realidad.
- ¿Sí?
- Buenos días –empezó diciendo una voz dulce- ¿Te apetece almorzar juntos?
- ¿Con quien tengo el gusto de hablar? –preguntó sorprendido el muchacho.
- Con la nieta del abuelo.
El muchacho se quedó de piedra. Trató de decir algo lógico pero no consiguió nada más que tartamudear como un tonto. Tras unos momentos de vacío, la chica prosiguió.
- Hoy he recibido una carta suya, ¿sabes? Me decía tantas cosas que algunas me resultan difíciles de comprender.
- ¿Y cómo es que me llamas a mí? – consiguió preguntar aún incrédulo.
- Porque al final de la carta dijo que las respuestas a mis preguntas las encontraría en ti.
- ¿El abuelo te dijo esto?-preguntó.
- Sí. ¿Te sorprende?
- Del abuelo siempre me ha sorprendido todo. –Murmuró- ¿Te parece bien quedar a la una y media? –dijo sorprendiéndose.
- ¿En el Café de Roma?
- Esto está… Plaza de la Constitución, ¿Verdad? Ahí nos vemos entonces.
- Vale, adiós.
La comunicación se cortó cuando él iba a contestar.
La voz de esa chica le había cautivado y le había hecho reavivar la idea de conocer, por fin, a la Pequeña. Así es como el abuelo la llamaba.
Pasó la mañana recordando la conversación y las palabras de la Pequeña: “...las respuestas a mis preguntas las encontraría en ti”. ¿A qué se referiría? ¿Qué preguntas? ¿Qué problemas?

el maestro

- ¿Estuviste atento?
- Lo estuve. – respondió.
- ¿Y qué escuchaste? – preguntó de nuevo el hombre del sombrero gris.
- Que tienes los días contados.

La cara bronceada del hombre palideció en un momento. La barbilla le temblaba mientras se miraba las manos tratando de hallar una respuesta. Sus ojos castaños se humedecieron en un segundo y una lágrima surcó la piel gastada. Evitó pestañear para no provocar más lágrimas mientras en su mente se hacían eco las palabras del chico: “Tienes los días contados”.
Tras unos instantes de incomprensión, reaccionó. Apretó los labios con fuerza y se enjuagó las lágrimas con la manga de su chaqueta. La mano del chico apoyada en su hombro provocó que forzara una tenue sonrisa. Sus arrugas abrazaron su cara de nuevo.

- ¿Te encuentras bien? –preguntó tímidamente.
- No, pero me repondré. No te preocupes.
- ¿Quieres que haga algo por ti? –volvió a preguntar.
El hombre del sombrero se acomodó en su sofá, y antes de cerrar los ojos miró al muchacho, le acercó un lápiz y le dijo:
- Sí. Escribe mi historia.

jueves, 1 de julio de 2010

este es el momento

El momento. Es el resultado que te cuento de un periodo de buen tiempo;
Es la mezcla del silencio con palabras que hacen eco en la verdad.
Es la brisa de un te quiero que enloquece al más sincero por querer.
Es coraje viajero.
Sentimiento. Significa terciopelo que ennoblece la amistad;
Es ventana de lo bello que otorga al buen momento del valer.
Es sutil significado que evita soledades al azar.
Es pincel que surca matices de vida por colorear.
Si el momento, esperando al sentimiento no sabe colar el tiempo y esperar;
Si supera la frontera del engaño y se pasa del peldaño al contemplar;
Si sucumbe ante tormentas y derrama toda el agua de la mar…
Es momento triste que merece que le ignoren; ni le miren.
Es momento turbio que oculta el az de luz que te derrite.
Es momento innombrable.
Sin embargo, si sabe anteponer su vida a los demás,
Si sabe comprender el arte y contemplar,
Si sabe acariciar palabras y esperar…
Es momento dulce que ennoblece y enloquece al más sensato.
Es momento alegre: determina y no entristece.
Es momento del querer. Es momento del hablar.
Es momento y sentimiento del valer estar en paz.

Cuando el beso, que conquista el lado eterno siendo el alma de este cuento,
Se afianza en un deseo de amores sin tormento ni vaivén;
Cuando suple toda el ansia y el anhelo por querer sentir el velo
Mientras surca con tus labios las palabras del amor siendo cortés.
Cuando encuentra en un sombrero la sortija lo bello
Y contempla la mirada del sincero enamorado a tus pies…
Tiembla al tacto con el alma que cultiva un aire puro, ¿no lo ves?
Y se empapa con dos gotas de una lágrima que dejaste caer.
Y sonríe por sentirlo y por verlo tan sencillo; es la miel,
Que te envuelve de dulzura y contemplas la hermosura de su piel.

Y advirtiendo, que llegado a ese momento
Y recordando al sentimiento y su pincel,
Voy robando el sueño ajeno y lo pongo frente al mío, muerto ayer.
Y lo admiro, y lo estudio. Lo recito.
Lo contemplo día y noche sin cuartel.
Y le hablo, le maldigo y lo dibujo.
Es el sueño de un extraño, como ves.

Es escrito de pasiones que releo entre canciones en francés.
Es el miedo de amores y de cierto compromiso, a la vez.
Es el aire que respiro el que me envuelve entre suspiros ¿Timidez?
Pero escucha lo que digo: Aunque veas que me rindo nunca creas lo que ves.
Pues escribo lo vivido mas no lo que viviré.

jueves, 29 de abril de 2010

-2- no tiene título

2-

Daniela miró a su padre sin comprender por qué llevaba todo el día llorando. Sentía un profundo dolor en el pecho, pero le era imposible comprender por qué le dolía. Tan solo tenía seis años. En cuanto supiera dónde estaba su madre iría a preguntárselo -porque siempre tenía respuestas para todo-, aunque llevaba tres días sin verla. Le sorprendió la cantidad de gente que inundaba la Iglesia.
-Papá, ¿por qué tenemos que ir a la Iglesia si hoy no es domingo?
-Daniela, hija. Es por Mamá. ¿Recuerdas?
-Ah, vale. Pues espero que vuelva pronto de estar con los angelitos, porque tengo que preguntarle una cosa…
Álvaro miró a esos ojos castaños, humedecidos por la impotencia y por no poder comprender lo que estaba sucediendo. Sentía como su niña, su princesa, con la mano en el pecho, le miraba esperando encontrar alguna respuesta. Aun con grandes esfuerzos y una sonrisa postiza pudo decirle: -Y yo también, mi niña, y yo también…
Todos se pusieron en pie cuando el sacerdote entró en la Iglesia para iniciar el oficio. Daniela se fijó en una señora, ya anciana, que contemplaba el féretro. Estaba en el banco de al lado. Junto a ella, una joven le cogía del brazo. Veía que, con los ojos fielmente cerrados, la anciana rezaba continuamente. Su cara reflejaba el más puro sufrimiento. Vio como su barbilla empezaba a vibrar incontrolablemente seguida de una tierna lágrima que enjuagó rápidamente. Esa escena conmovió a Daniela que, tras haber soltado la mano de su padre, se dirigió a ella. La señora Virginia abrió los ojos y se la encontró delante. No se sorprendió por la belleza de Daniela ya que era el fiel reflejo de su madre.
- Eres preciosa, lo sabes, ¿verdad?
- ¿por qué lloras? –dijo Daniela haciendo caso omiso a su cumplido.
- Porque tu madre está en el Cielo, y la voy a echar de menos.
- Papá me ha dicho que está con los angelitos. – dijo acercándose a su oído como si fuera su gran secreto.
La señora Virginia miró a Álvaro. Éste entonó una leve aunque llorosa sonrisa mientras la señora Virginia le susurró: - Es un ángel.

El funeral de Lucía fue multitudinario. Álvaro se sorprendió de que conociese a tanta gente.
En una ocasión, al llegar a casa tras el trabajo, Lucía vio que Álvaro se sentaba derrumbado en el sofá.
- ¿qué te ocurre, motero? – preguntó Lucía.
Álvaro se incorporó y la besó.
- ¿Recuerdas a Fernando? – le dijo abatido.
- Sí, claro. Tu compañero de clase cuando ibas a la facultad. ¿Qué le ha ocurrido?
- Ayer, cuando volvía a casa del trabajo, tuvo un accidente de coche y falleció.
Lucía, al oír las palabras de su marido, apretó los labios y le abrazó.
En el funeral, aun siendo Fernando un hombre de negocios, fueron apenas treinta personas. Entre ellas, Lucía y Álvaro.

Tras darle sepultura, Álvaro rezó para que nunca la olvidara. Depositó una margarita junto al nombre de su mujer y miró a Daniela.
- ¿te parece bien que vengamos a ver a mamá todos los domingo?
Daniela miró a su padre, y agarrándole de la mano le dijo: -Papá, creo que prefiero ver una foto de mamá que un montón de tierra…
Álvaro sonrió de verdad por primera vez desde que Lucía falleció.

(Lucía es Sui, y Álvaro es David. He cambiado los nombres)

martes, 12 de enero de 2010

qué dolor de cabeza...

Resulta curioso cómo es posible que en los momentos más confiados pueda uno comerse el suelo si tener tiempo para reaccionar. En esta ocasión fue la nieve, pero creo que debido al tortazo, llegó a besar el suelo a través del cráter que hizo con la cabeza. La historia ocurrió así:
Llevaba cerca de dos años sin hacer snow. No paraba de repetirlo. Le hacía sentirse envuelto en la nube de la extrema excusa para que sus errores quedaran suplantados por esa falta de experiencia. Los ánimos y consejos de sus tres amigos no hacían que nuestro protagonista –cuyo nombre no voy a mencionar- fuera cogiendo confianza y se aferrara a su valentía para sortear las dificultades que la montaña le presentaba. Esquiaba inundado en el temor a comer demasiada nieve y a ralentizar la marcha de sus tres fieles amigos que, pacientemente, le esperaban a pie de pista.
Durante el transcurso del primer cuarto de la mañana, vio como sus pies reaccionaban y como era capaz de tumbar su torso para zigzaguear pista abajo cada vez a mayor velocidad. De vez en cuando –y lo tenía bastante asumido- sabía que debía comer nieve y pasar el mal trago de ver como alguien, enarbolando una tenue sonrisa, le preguntara si estaba bien. La vergüenza fue creciendo cuando en las dos últimas expediciones por la nieve a boca abierta, fue un chaval de no más de 13 años y una chica de unos 20 quienes se pararon frente a nuestro protagonista para preguntar cuál era su estado. En las dos ocasiones se encontraron con la misma respuesta: “-Estoy bien, gracias. Así aprovecho y descanso”.
Durante el transcurso del segundo cuarto de la mañana notó como su confianza menguaba y su torpeza se acrecentaba a pasos agigantados. Los zigzagueos –con sus inevitables visitas a la gélida nieve incluidas- fueron disminuyendo dado que su porcentaje de “descansos” iba subiendo como la espuma. Notaba como su pelo, antes lacio, se había compactado tras tanto hielo y formaba ahora un bonito peinado de estalactitas capilares. Eran rastas de invierno. Con sus manos, dolidas por tanto esfuerzo, a duras penas conseguían hacer un chasquido con los dedos, y sus piernas, rotas de cansancio, reaccionaban lenta y patosamente a las voluntades y órdenes que sus neuronas mareadas ordenaban. Era, y se sentía, la vergüenza de La Masella.
Paró por un momento y decidió dedicarse un tiempo a él mismo. Se quitó los guantes, rompió como pudo el hielo de su cabeza y, cara al sol, encendió un cigarro. Lo fumó pausadamente, saboreando cada calada mientras admiraba el estilo y eficacia del resto de los esquiadores. “-Tengo que confiar en mi mismo. Se que puedo hacerlo” se decía. Después de fumarse el cigarro, su ego subió hasta límites insospechados. Se creía capaz de todo. Se iba a comer el mundo y no la nieve. Iba a ser capaz de seguir y no retrasar a sus amigos que estoicamente habían estado aguantando toda la mañana. Iba a hacerlo bien. Se enfundó los guantes y se puso el gorro de nuevo. Se incorporó y se abrochó el abrigo mientras desafiaba con la mirada la pista que tenía a sus pies. “-No podrás conmigo, pequeña” susurró. Encaró la primera cuesta y notó como poco a poco iba subiendo la velocidad. “-Torso a la izquierda, torso derecha… y flexiono” se repetía. En seguida notó como su cuerpo reaccionaba y había cogido confianza. Por increíble que parezca, fue capaz de bajar la pista entera sin caerse. Estaba orgulloso, y aun más, cuando en la falda de la pista, la que tiene inclinación 0.2%, se acomodaba flexionando las piernas mientras, sonriente, se desabrochaba un guante para sacar el forfait. En ese momento de éxito en el que algunas chicas del telesilla le miraban y veían a un hombre confiado y orgulloso de sí mismo, hizo el cambio de izquierda a derecha para enfilarse en dirección al telesilla. De repente, y sin comprenderlo aún, se vio con la boca llena de nieve y la cara hundida en ella. El viaje fue tan sumamente rápido que no le dio tiempo a que sus manos se separaran para apoyarse en la nieve e intentar amortiguar el golpe. Se quedó dos eternos segundos en el suelo boca abajo hasta que reaccionó y se acordó del telesilla y la gran cola de gente –chicas curiosas incluidas-. Inmediatamente después se había sentado, aun con un profundo mareo, y había saludado con una extrema sonrisa en su cara a sus amigos que, con lágrimas en los ojos, se reían avergonzados por la bochornosa actuación de su amigo.
Se puso en pie con la tabla en la mano y se prometió no volver nunca más a hacer snow. Al llegar al telesilla –tras haber caminado diez metros por la nieve- le cambiaron el forfait roto por uno nuevo, aunque él repetía una y otra vez que se iba al bar a descansar y a esperar a sus amigos. “-De verdad, no os preocupéis por mi. Os espero en el bar, calentito y a gusto”.
La historia, para abreviarla, terminó con nuestro protagonista en la cima de la montaña, insultando a árboles y esquiadores que pasaban por delante; y bajando como buenamente pudo la montaña entera. Supuestamente esto se lo obligaron a hacer para que perdiera el miedo para la próxima vez, pero ya era demasiado tarde. A partir de ese momento supo que la próxima vez, se dedicaría a ir en trineo.