martes, 25 de enero de 2011

darle caña

Te crees que tienes, oh pequeño imbécil, la razón, toda la razón y nada más que la razón. Cuando lo que tienes -y reitero-, oh pequeño imbécil, es una indigestión mental giliprogre que te marea hasta las ideas más ocultas. ¿Cómo es posible que sientas las bases de tu criterio en ese porte? ¿Cómo es posible que veas la grandeza en cuatro guarros-sucios cuya única compañía es un perro y una flauta? ¿Cuya una única meta es mal ocupar, chupando del verde esfuerzo de la sociedad hasta la última gota de su paciencia? No tienes vergüenza. Luego quiero verte gritar reclamando justicia cuando el injusto por baboso furtivo eres tú. Luego quiero verte llorar, oh pedazo de mierda, cuando talen un árbol, pues te untaré la cara a bofetones cuando no lo hagas frente al exterminio de los no nacidos. Luego quiero ver que violes mi criterio por un puñado de putas y maricones, y por ese puñado que me taches de asesino del civismo por no compartir vuestra tontería. Luego quiero verte respirar gasolina, que se te inunden los pulmones y que se te encharquen de osadía, por vivir del cuento toda tu vida y esperar que, por ser sociopollas, la ramera del Estado te de de mamar.

¿Por qué cojones vomitas tanta mierda? Das asco.

Y tú, pequeña furcia. Que te deleitas con paseos y sonrisas, y humedeces tus labios mientras miras lo ajeno. Bebedora de sangre. Que te aprovechas exponiendo tus obras a lo más profundo de la degradación del gentil. Que te deleitas torciendo rectitudes y rompiendo compromisos. Eres el significado de aquella que ofrece su cuerpo aun pagando por ello. Eres tanto en tan poco que incluso tu nombre me provoca arcadas. Eres la ramera de la sociedad. La eterna puta en celo. La niñata caprichosa que reclama su piruleta a gritos.

paso a paso

- ¿Dónde me llevas?

- ¿Dónde quieres que te lleve? –preguntó él.

- Donde quiero aún no puedes llevarme.

- ¿Por qué?

- Porque no.

Él titubeó.

- Bien, pues vamos al segundo lugar de la lista de tus sueños.

- Tampoco es posible.

- ¿Por qué no? – Preguntó ligeramente mosqueado. –Entonces, ¿qué hacemos?

Ella suspiró.

- De momento vamos a cenar. Tú eres el chico, así que invitas.

- ¿Y qué ocurre con lo que dejamos pendiente?

- Hay tiempo.

- ¿Cuánto?

- Toda una vida. –Y le cogió la mano mientras caminaban hacia el restaurante.

jueves, 13 de enero de 2011

¿café descafeinado?

- ¿Café?

- Sí.

- ¿Solo?

- No. Corto de café y largo de leche. Mejor café de sobre descafeinado y un sobrecito de azúcar moreno. La leche que sea templada.

La camarera me mira. Durante ese segundo de incertidumbre traga, suspira y vuelve a tragar. Incomprensiblemente el hombre que tiene en frente, con chaquetea de cuero, Ray-Ban y botas, es un finolis. Su cara de sorpresa delata su desencanto y mi vergüenza se acentúa al ver que se fija en mi moto a través de la ventana.

- Un motero con café de sobre descafeinado –pienso-.

En ese momento reacciono y sonrío amablemente a la camarera, que sigue anclada frente a mí, con las manos en la cintura, posiblemente digiriendo al motero que acaba de conocer. Con sorna le digo:

- Era broma. Café solo, sin azúcar. Y una mediana.

Por un momento pienso en pedirla sin alcohol, pero desisto al ver que la cara de la mujer ha mutado en satisfacción. Efectivamente, tiene a un motero en su bar.

Me trae el café ipso facto. Le extiendo un billete de 5 euros y le ordeno que se quede el cambio. Me sonríe por segunda vez.

Miro el vaso de café, negro y asqueroso, que tengo en frente.

- Sí que es caro ser motero, joder –murmuro-.

Cojo el vaso y de un trago me lo bebo. De reojo veo que la camarera me mira orgullosa.

- Soy un hombre. –Me vuelvo a decir cogiendo la cerveza y echándole un trago tratando de olvidar el sabor del café solo-. Justo en ese momento miro a través de la ventana y oigo el indiscutible sonido de una harley davidson. Su rugido resuena en el valle llegando suavemente a mis oídos. Miro la cerveza y de un sorbo la vacío, con su correspondiente lagrimita cuando bebes algo rápido con gas. Me enfundo los guantes y me despido de la camarera con un sutil saludo militar: dos dedos en la frente y leve inclinación de cabeza.

- Eres un señor, coño. –Te dices mientras pulsas el cebador, esperas y te pones el casco. El ruido de la harley ya lo oyes en tu espalda. Te giras y ves a tu amigo, sonriente. Enciendes la moto para su sorpresa y le dices que desayunáis en otro sitio.

- ¿Por qué? –pregunta extrañado.

Te fijas de nuevo en él.

- Un motero no va con calcetines blancos, tío. -Engranas la primera marcha. -Vamos a tu casa y te cambias. Ah, y avisa a tu mujer para que nos prepare café.

- ¿No has tomado ya uno?

- Sí, pero creo que voy a vomitar.

Y te marchas con tu harley davidson regalando al mundo –y a la camarera- la eterna sinfonía de su rugido.