miércoles, 22 de septiembre de 2010

la prueba

Por fin llegó la hora de partir. Se incorporó de un salto y se plantó frente al espejo del recibidor.
- Chico, alegra esa cara, que no muerde. –se dijo mientras se echaba un vistazo.
Tras haberse cambiado dos veces de chaqueta, salió en dirección a la Plaza de la Constitución. El sol, cálido en el mes de septiembre, contrastaba con el aire fresco que durante esa semana acariciaba la ciudad. La gente, con chaqueta en mano, disfrutaba del buen tiempo paseando y gastando el día en las terrazas.
Miró el reloj. -La una y dieciocho –leyó-. Aceleró el paso y dio un suspiro al plantarse en la Plaza a falta de dos minutos para la una y media. Se preguntó si reconocería a la pequeña pues nunca la había visto. De pronto, junto a la puerta del Café, vio a una chica joven, de pelo rizado recogido en un desmelenado moño del cual caían algunos mechones rubios. Su cara, de suave piel morena contrastaba con sus ojos claros. Portaba una pequeña carpeta que custodiaba con ambas manos. Se preguntó, durante unos segundos, si sería ella. Luego lo rogó. Tragó saliva, se acercó y le sonrió.
- ¿Eres tú? –dijo extendiéndole la mano.
- Pensaba que no te atreverías a venir a saludarme. –comentó sonriente mientras estrechaba tiernamente la mano del muchacho, que ahora estaba sonrojado. - ¿Nos sentamos?
- Donde quieras. –dijo devolviéndole la sonrisa.
Eligieron una mesa apartada y se sentaron. Ella lo hizo de cara a la plaza agradeciéndole el gesto por haberle permitido escoger sitio.
- Me gusta mirar a la gente. –puntualizó.
- Igual que tu abuelo. –Respondió el muchacho mientras se acomodaba.
-Por cierto, ¿cómo te llamas? Se que me llamas pequeña porque mi abuelo me llamó así toda su vida. Pero me llamo Helena.
- Helena. –repitió-. Tienes un nombre bonito.
- Gracias. –dijo ruborizada.
- Yo me llamo Fernando. Tu abuelo me llamó muchacho durante toda su vida… Hacía tiempo que no pensaba en mi verdadero nombre…–Hizo una pausa permitiendo al recuerdo conquistar por un instante el momento-. Hablando de tu abuelo, ¿qué es eso que necesitas que te aclare?
Helena descubrió la carpeta aun a resguardo entre sus manos. La abrió cuidadosamente y le entregó una hoja, perfectamente cuidada. Fernando no tardó el descubrir que era parte de la carta que el abuelo había escrito a su nieta. El fragmento rezaba:

“(…) al muchacho, siempre al muchacho. Créeme pequeña, acude a él. Sin embargo, el poder de la confianza debes concedérselo tú, como también debes ganarte la suya. Las respuestas las tiene él.”

Fernando se quedó de piedra. ¿Qué quería decir con ganar la confianza? ¿Para qué? ¿Respuestas? Recordó, aun con la hoja en sus manos, las múltiples conversaciones y las peticiones extrañas que de vez en cuando el abuelo le hacía.
- No entendí esta parte hasta ahora. –Comentó Helena interrumpiendo los pensamientos de Fernando.
- ¿Por qué hasta ahora? Lo siento, pero me acabo de perder de nuevo.
Helena sonrió.
- Porque te he conocido. –Y levantó la mano para avisar al camarero-.

martes, 21 de septiembre de 2010

el nuevo reto

El funeral fue breve y emotivo aunque no comprendía la alegría espiritual que el cura, don Feliciano, decía tener. A él le faltaba una pieza fundamental de su aprendizaje, su educación y su existencia. Su maestro había fallecido dejando huérfano al conocimiento.

A la mañana siguiente despertó como de costumbre y desayunó como de costumbre, pero no telefoneó al anciano como de costumbre para cerciorarse que su noche había sido apacible. Durante esos minutos de recuerdo, permaneció frente al teléfono, gastando el tiempo, tratando de cumplir su amada rutina aunque ésta hubiera sufrido un tremendo batacazo.
De pronto sonó el teléfono y recogió su recuerdo para atender a la realidad.
- ¿Sí?
- Buenos días –empezó diciendo una voz dulce- ¿Te apetece almorzar juntos?
- ¿Con quien tengo el gusto de hablar? –preguntó sorprendido el muchacho.
- Con la nieta del abuelo.
El muchacho se quedó de piedra. Trató de decir algo lógico pero no consiguió nada más que tartamudear como un tonto. Tras unos momentos de vacío, la chica prosiguió.
- Hoy he recibido una carta suya, ¿sabes? Me decía tantas cosas que algunas me resultan difíciles de comprender.
- ¿Y cómo es que me llamas a mí? – consiguió preguntar aún incrédulo.
- Porque al final de la carta dijo que las respuestas a mis preguntas las encontraría en ti.
- ¿El abuelo te dijo esto?-preguntó.
- Sí. ¿Te sorprende?
- Del abuelo siempre me ha sorprendido todo. –Murmuró- ¿Te parece bien quedar a la una y media? –dijo sorprendiéndose.
- ¿En el Café de Roma?
- Esto está… Plaza de la Constitución, ¿Verdad? Ahí nos vemos entonces.
- Vale, adiós.
La comunicación se cortó cuando él iba a contestar.
La voz de esa chica le había cautivado y le había hecho reavivar la idea de conocer, por fin, a la Pequeña. Así es como el abuelo la llamaba.
Pasó la mañana recordando la conversación y las palabras de la Pequeña: “...las respuestas a mis preguntas las encontraría en ti”. ¿A qué se referiría? ¿Qué preguntas? ¿Qué problemas?

el maestro

- ¿Estuviste atento?
- Lo estuve. – respondió.
- ¿Y qué escuchaste? – preguntó de nuevo el hombre del sombrero gris.
- Que tienes los días contados.

La cara bronceada del hombre palideció en un momento. La barbilla le temblaba mientras se miraba las manos tratando de hallar una respuesta. Sus ojos castaños se humedecieron en un segundo y una lágrima surcó la piel gastada. Evitó pestañear para no provocar más lágrimas mientras en su mente se hacían eco las palabras del chico: “Tienes los días contados”.
Tras unos instantes de incomprensión, reaccionó. Apretó los labios con fuerza y se enjuagó las lágrimas con la manga de su chaqueta. La mano del chico apoyada en su hombro provocó que forzara una tenue sonrisa. Sus arrugas abrazaron su cara de nuevo.

- ¿Te encuentras bien? –preguntó tímidamente.
- No, pero me repondré. No te preocupes.
- ¿Quieres que haga algo por ti? –volvió a preguntar.
El hombre del sombrero se acomodó en su sofá, y antes de cerrar los ojos miró al muchacho, le acercó un lápiz y le dijo:
- Sí. Escribe mi historia.