miércoles, 27 de junio de 2012

despedida 2

Sus dedos acariciaron de nuevo el sobre esperando que las palabras floreciesen mientras sus ojos hinchados seguían mirándole. El papel, antes fresco y suave, era ahora un papel magullado. Uno de esos dedos encontró un surco en el papel y se detuvo. Las líneas eran profundas y claras. No había posibilidad de error.

Notó cómo un temblor le empezó a subir por las rodillas hasta llegar a la barbilla mientras los ojos se le inundaban en unas lágrimas que no podía excusar. Las manos, custodiando el sobre con el mensaje más claro que jamás había logrado descifrar, se iban empapando con esas lágrimas que inevitables caían feroces hacia el sobre. Sin saber por qué, se sentía esclava del momento: no podía hablar, no podía moverse, no podía hacer otra cosa que esperar a que él dijera algo… pero él no se movía. No decía nada. Estaba quieto, con su mirada clavada en esos ojos empapados. Aun y así la veía hermosa…; tanto que le cortaba la respiración. No entendía su silencio. No entendía la situación. Lo único que quería era darle la carta y desaparecer.

El momento rebosaba de un asqueroso silencio. Ella únicamente oía el latir de un corazón nervioso y exaltado… y muerto de miedo. ¡Que te quiero! Gritaba para sí atormentada por sus palabras. ¡Que te quiero más que a mi vida! Volvía a decir con la voz silenciosamente desgarrada. Dime que me quieres, aquí y ahora, por favor. Dime que me quieres… Pero él no oía nada. Únicamente la veía quieta, casi abrazando el sobre. Sentía unas ganas tremendas de abrazarla y fundirse en un beso interminable. Quería gritarle cuánto la amaba, pero no tenía voz. Soñaba con acariciarla y cuidarla, pero no tenía tacto. Quería velar por ella día y noche para evitar por siempre más lágrimas inútiles... pero sin embargo, seguía mudo frente ella mientras en su cabeza se desvanecían las letras que formaban el tan ansiado TE.

jueves, 14 de junio de 2012

despedida

-Somos amigos… -concretó escueto.

-Sí, somos amigos –consiguió decir en un hilo de voz mientras le apartaba la mirada.  ¿Por qué? ¿Por qué no le digo que le quiero? –se gritaba en silencio mientras sentía como una lágrima le surcaba su mejilla.

Frente a ella, él, expectante. Sostenía en sus manos un sobre con las últimas palabras que se había permitido dedicarle. Mientras la veía hundida en un llanto seco, con la vista puesta en el suelo inmersa en sus pensamientos, notaba como un aire helado le sacudía el corazón. –Tanto tiempo no puede tardar en decirme que me quiere –pensaba mientras acariciaba con los dedos el sobre.
En ocasiones jugaban a escribirse mensajes que luego trataban de adivinar con los surcos que el lápiz dejaba en el papel. –Mira –se dijo –he encontrado una letra. Con el índice la rodeó y la acarició siguiendo las líneas rectas. Era la letra E. Mientras se frotaba los dedos, índice contra pulgar, tratando de sensibilizarlos al máximo para adivinar la próxima, la miró de nuevo. Seguía absorta en sus pensamientos… y él volvió a los suyos. –Esto tiene que ser una U -Pensó al encontrar junto a la E un gran hueco donde la yema de su dedo encajaba a la perfección. Tras el éxito, levantó de nuevo los dedos y volvió a hacer el mismo ritual.

–Somos amigos. Se repitió. Su mirada, anclada al suelo, vaciaba la nada esperando que algo extraordinario sucediera. No sabía qué decir ni qué pensar. Únicamente sabía que no quería separarse de él. Estaban el uno frente al otro y entre ellos un largo silencio. Sentía un extraño dolor en el pecho que le impedía alzar la vista y mirar al joven que permanecía frente a ella. Y temía que al verle, se diese cuenta lo enamorada que estaba de él.

-Llora… -pensó mientras levantó el dedo del sobre rápidamente. Había encontrado una letra que no quería corroborar, porque de ser así…

El rápido movimiento de su mano hizo que ella se fijara, aun cabizbaja, en el sobre que él custodiaba. Al instante, viendo como él se acariciaba las yemas de los dedos, supo que estaba adivinando palabras. ¿Cuál estaría tratando de adivinar? Recordó las tardes en el porche de su casa y sus paseos por los bosques cercanos; los dos solos. Hablaban de las historias que leían, de las que se inventaban y de lo que creían. Opinaban sobre el bosque y soñaban con atreverse a hacer noche alguna vez. Sus vidas, sin quererlo, se habían convertido en prácticamente una, supliéndose sin esfuerzo en lo que el otro fallaba. Era tan hermoso y temía tanto que se le escapara otra lágrima, que sin pensarlo le arrancó el sobre de las manos.
-¿Qué haces? –preguntó él incrédulo.

Ella, haciendo caso omiso, lo agarró por el mismo sitio que él y tras acariciarse las yemas de los dedos, repasó el sobre. En seguida sus yemas percibieron el suave y frío tacto del papel blanco. Lentamente lo iba repasando haciendo líneas, buscando los surcos casi imperceptibles. Sabía que él no podría adivinar ninguna palabra que ella no pudiera, pues ella siempre ganaba. De pronto se paró. Su mano, de dedos espigados y piel tostada, acariciaba delicadamente el contorno de lo que había encontrado. Tras analizarlo varias veces, levantó la mano, y mientras se acariciaba los dedos, murmuró:

–Una E.

-Lo sé –Pero no sigas. Pensó Él.
Sin dejar de mirarle volvió al sobre. Notaba en él una mezcla de pánico y dolor que le intrigaba, pero dejó que sus dedos volvieran a tamborilear por el sobre hasta que encontró la preciada E, y ahí ancló su tacto. Giró levemente el dedo, siguiendo el contorno de lo que le parecía una letra hasta que al fin la yema de su índice reposó cómodamente en el valle que la U había formado.

-Ya tengo dos. –Le dijo seria.
-¿Cuál es?

-La U… Espera, que tengo otra. Esta es fácil: una Q.

-No sigas. Te lo ruego.

La súplica avivó su curiosidad por lo que había escrito y en un arrebato de agilidad repasó la línea y se estremeció.

-Ya sé lo que pone… QUIERO. –Mientras se lo decía no conseguía que su voz sonara más que un susurro. Por un momento, mientras jugueteaba con la carta, había vuelto al perfecto mundo de sus sueños donde todo esto existía sin pensarlo. Había vuelto a la vida que antes habían compartido y que tanto habían disfrutado. Se sentía completa sin tener que dar explicaciones a nadie. Se sentía querida y era una sensación que nadie podía arrebatarle. Pero tras haber descubierto la palabra, un chorro de realidad le había hecho despertar y darse cuenta que ese chico con el que tanto había compartido, al que tanto creía querer, estaba frente a ella esperando una respuesta. Pero había algo que seguía inquietándola; algo que le impedía decirle nada. Así que sin pensar por qué, volvió al sobre con una mezcla de miedo, por temor a que la palabra que la precedía no fuese la que esperaba; y necesidad, por querer que esa palabra fuese TE.

(el olvido)


Silencio… Únicamente el silencio conseguía empañar los segundos de la pegajosa soledad. Mientras permanecía inútilmente frente a una hoja en blanco, esperando estúpidamente que afloraran en su recuerdo los momentos más entrañables que había vivido junto a aquél hombre, sentía un profundo dolor en el pecho que le oprimía impidiéndole escribir una letra. Inútilmente cogía el lápiz con fuerza y se acercaba al papel esperando a que afloraran las letras; aquellas que compondrían la historia que quería escribir, pero era incapaz de escribir una letra.

Varias lágrimas habían caído en el folio en blanco que enjuagaba como podía con la manga de su chaqueta. Se veía inútil, vacío. Se sentía absurdamente querido por alguien que ya no estaba mientras intentaba escribir sus recuerdos. Todo ese esfuerzo valía la pena si conseguía evitar que el hombre del sombrero gris no sucumbiera al olvido.