viernes, 6 de noviembre de 2009

-1- no tiene título

Sui se sentía bien. Rodeaba con sus brazos la cintura de David mientras reposaba su mejilla en su espalda. Respiraba una sutil pincelada de libertad y comprendía y atendía a cada una de las sensaciones que percibía mientras iban recorriendo la ruta. Olores de encinas y robles, humedales y viñas, pinos y mar. Se sorprendía y se admiraba cada vez más. Eran cerca de las 13.45.
Llegaron a un mirador natural, se bajó de la moto y mientras se quitaba el casco, se vio envuelta en un marco que jamás habría imaginado: De pie en la falda de la montaña donde la carretera se abría ante el horizonte. Hacia el oeste se veían los frondosos bosques de pinos mientras que al este una majestuosa pared de roca se alzaba frente al mar que verdoso, intacto y limpio se extendía hacia el horizonte. A lo lejos se podían ver las gaviotas surcando el cielo. No se escuchaba nada más que el silencio. Se vio envuelta en ese mundo y no quería marchar. Sabía que nadie se lo llevaría, pero su miedo a no volver a verlo le impedía moverse de ahí. Notó como le cogían de la mano, se fijó en él, que le sonreía. “Vamos, te enseñaré el resto”. Aun con esa sensación de abandono se puso el casco y los guantes. Volvió a escuchar el v-twin rugir de nuevo pero parecía que esta vez lo hiciera con una voluntad de respeto ante ese lugar. Fueron bajando por la falda de la montaña y en cada curva que se abría ante el mar sentía como frenaba la moto para poderlo observar una vez más.
Era un pueblo pequeño con casas abiertas al mar y con grandes ventanales y terrazas cubiertas con techos de jazmín. Las calles adoquinadas y estrechas se abrían paso entre las casas que canalizaban la brisa y te hacían sentir su caricia. Un pequeño puerto pesquero ahora vacío, cubría parte de la costa. Era un pueblo tranquilo. Evocaba paz y tranquilidad. Llegaron a una plaza y aparcaron. Mientras se quitaban la chaqueta, los guantes y el casco se miraron. “¿Sabías que cogeríamos la moto, verdad?” Entonó ella con una sonrisa. Él no dijo nada. Únicamente se resignó a sonreír.
Bajaron por un callejón y entraron en una casa. La puerta era pequeña, de madera, machacada por el tiempo. Bajaron unas escaleras y accedieron a una sala en la que la única luz era la que entraba a ella a través de los ventanales. “Ven, siéntate aquí.” La besó y desapareció tras una puerta.
Era una sala pequeña en la que únicamente había una mesa con dos sillas y una vela encendida. Tras los ventanales se podía ver el pequeño puerto, la playa y la falda de la montaña con sus bosques de pinos. Junto a la escalera había un piano y una mesita con un ramo de flores. Margaritas. Los muebles color caoba contrastaban con las paredes blancas. Era una visión de ensueño.
“Sui, te presento a la señora Virginia.” Sui se dio la vuelta y se incorporó. Vio a una bella aunque anciana mujer que la sonreía. “Encantada señora Virginia. Tiene usted una casa realmente preciosa.” Dijo mientras le estrechaba benevolentemente la mano. “Gracias hija. Me alegra que te guste. Llevo en esta santa casa cuarenta y siete años. Me ha dicho David que hoy es vuestro aniversario y que venís de bien lejos, debes estar cansada y hambrienta.” Sonrieron los tres mientras la señora Virginia se apoyó en su brazo mientras le dirigía por un pequeño pasillo a otra sala. “Venga, aquí estarás mejor y más cómoda.” Sui no se dio cuenta de dónde estaban porque tenía la vista puesta en el suelo teniendo cura para que la señora Virginia no se tropezara. Al alzar la vista no se lo creía. Estaban en una pequeña terraza cubierta en parte por un techo de jazmín que se extendía hacia el otro extremo de la casa. Era pequeña pero entrañable. Estaba adornada con geranios en la baranda y pequeñas macetas de romero descansaban sobre la cornisa de una pequeña ventana. Las vistas eran parecidas a las del pequeño salón interior, pero lo que realmente puntualizaba este lugar eran los aromas. Mezclas de mar y montaña. Se giró hacia David y vio que únicamente sonreía. De pronto apareció una niña con un ramo de margaritas en la mano. En ella había una tarjeta que Sui cogió mientras agradecía a la pequeña el regalo. Abrió el sobre y notó cómo una pequeña lágrima surcaba su mejilla. Miró a David y le abrazó. De pronto se quedaron solos. La anciana ya no estaba, se había ido con la niña dejándoles a ellos que saborearan la miel del momento.
- Gracias. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
- Gracias a ti, Sui. Eres mi equipo. Me aguantas y me animas cuando no creo ni yo en mi mismo. Sin embargo tú siempre has confiado en mí. Es lo mínimo que puedo hacer. Siempre estaré en deuda.
- No digas tonterías. Hoy has cumplido y suplido todas las deudas que creías tener. Ahora creo que me toca a mí…
Se acercó y le besó suavemente la mejilla mientras le susurraba “Estoy embarazada. Felicidades papá”.

martes, 3 de noviembre de 2009

Un domingo cualquiera

Te suena el despertador. Son las 8 de la mañana. Miras con dulzura la cara de esa chica que hace unos años conquistó tu corazón. La acaricias y la besas. Te incorporas aun con pereza y sin quererlo te fijas en algo que te hace sonreír: las llaves de tu Harley-Davidson. Entras en el baño y ves las botas, la chaqueta y los guantes. Recuerdas lo que viviste ayer. Te duchas y te cambias. Desayunas y coges las llaves del coche para ir a comprar algo especial: Hoy hace 3 años que te casaste con ella. Abres la puerta de casa y te fijas que hace un día radiante y claro. Son las 9.15 de la mañana. El aire es fresco y recuerdas que las previsiones recomendaban para este día paseos y terrazas. Te quedas pensativo, dudoso… “Hoy es domingo, no puedo cogerla, pero es que hace un día tremendo… Pero no, porque la despertaré. Y quiero hacerlo con su zumo y fruta fresca, no con la moto.” Mientras piensas en voz alta te enfundas los guantes y coges la chaqueta. Vas al garaje, pulsas el cebador y esperas a estar ya lejos para darle el cuarto de vuelta, encender y engranar la primera marcha.
El día es aun más claro. Panhead y tú de paseo por las calles desiertas de un domingo otoñal. Vas al mercado y compras fruta fresca, leche y dos solomillos que sueñas en cocinarlos en su jugo con sal gorda para comer.
Son las 9.35 de la mañana y no le queda poco para despertarse –si no lo ha hecho ya con el sonido de la moto-. Te colocas las bolsas en el regazo y circulas hacia casa agradeciendo el sol de cara. Antes de llegar a casa apagas el motor. Entras por inercia al garaje. Ha sido un contacto matinal bastante recomendable, como tomarse una buena copa de vino y quedarse con el sabor en la boca hasta la hora de comer. Degustándolo.
Entras en la cocina y te quitas la chaqueta, los guantes y el casco mientras piensas en el desayuno que le vas a preparar. Exprimes naranjas y melón. Haces tostadas con mantequilla, unas cuantas fresas frescas y un vaso de leche. Una flor adorna la típica bandeja repleta de delicias matinales que esperas devorar con la mirada. Entras en la habitación y la encuentras ahí, dulce y delicada, profundamente dormida. Dejas suavemente la bandeja a los pies de la cama y abres la ventana para que la brisa te ayude a despertarla con sus caricias. Te inclinas hacia ella y la admiras. Te has casado con un ángel.
Despejas la mesita y colocas la bandeja. Tu torpeza te delata y ella entreabre los ojos. Te mira mientras sonríe sutilmente. Te coge la mano y la besa. “Te quiero, buenos días” dice con voz apagada. “Buenos días bonita.” Te atreves a decir. Después de más de tres años juntos, te siguen temblando las rodillas cuando te mira con esos ojos castaños mientras te susurra dulzuras. Inmediatamente se percata de tu sorpresa y se incorpora de un salto. Tú le sonríes. “Lo que hace el hambre…” susurras. “Gracias cariño, el mejor desayuno del mundo.”
Son las 11.20 de la mañana y después de haberte duchado de nuevo –con ella-, te sorprende verla bajar al salón con las botas puestas, las Ray-Ban, su chaqueta al hombro y una sonrisa endiabladamente seductora. “¿Dónde vas?” Preguntas. Ella no dice nada. Mientras baja te fijas en su modelito, ceñido vaquero y blusa al aire con chaleco. Sus botas recién engrasadas brillan de resplandor mate. Su melena ondea mientras camina hacia ti sin cambiar esa sonrisa. Te coge de la mano y te lleva a tu panhead mientras te susurra: “Vamos fiera. Demuéstrame lo equivocada que estoy con tu harley.” Sonríes mientras pulsas el cebador, la miras y arrancas. El V-Twin hace estremecer la piel de porcelana de la que te mira, ahora sorprendida por lo hipnotizadora que resulta cuando la sientes cerca. Te enfundas la chaqueta y los guantes. Engranas y poco a poco tu mundo se mueve de nuevo, pero esta vez es algo especial; Sientes cómo se agarra a tu cintura y te besa en la mejilla. “Vamos cariño, la carretera es tuya –susurra-. Feliz aniversario.”
La besas y empieza tu aventura.