jueves, 17 de septiembre de 2009

aplaudiendo me quedo


Pelo castaño y ojos perla. Metro setenta y siete de altura. Delgadita y morena. Suave, sencilla, tierna y sutil. Detallista hasta la saciedad. Bondadosa. Orgullosa eterna y con carácter puntual incontrolablemente especial, amoroso. Tierna… ¿ya lo he dicho? Pues dos veces tierna. Sus manos finas, como de porcelana oscura. Piel tersa y complexión esbelta. Sonrisa radiante y labios sugerentes. Mirada honesta, cejas y pestañas perfectas. Su debilidad: el cuello y las orejas. Su excelencia: su alegría.

Sara, Sarita Sara… Torrente de gracia que imanta a las gentes al televisor. De sutil mirada que provocan ríos de tinta por ti. De sonrisa que sugiere a los hombres que sueñen por verte; que sueñen, por si escribiendo sobre ti, pueden conseguir tu atención.
Sara Sarita. De carbón dejas a los hombres que ven tu sección. Has conseguido que el amor por el fútbol sea mayor, que los goles valgan más cuando los recitas, que el esfuerzo sea insaciable cuando lo mencionas. Has conseguido que el mundo del deporte se rinda a los pies de una chica, joven reportera, que, a golpe de esa sutileza antes mencionada, hace que la devoción hierva y que el sentimiento sude hasta por las orejas.
Has conseguido que Nico Rey, “teletrinchoso enamorado”, gaste en su blog palabras de alabanza hacia ti. Y has conseguido que, siguiendo su ejemplo, un servidor se pegue a la pantalla y se ponga a escribir. Nico, “teletrinchoso”, comparto tus palabras y te aplaudo. No hay mejor descripción para ella que ser “sirena en tierra”. No hay mejor orgullo que verla desterrar a las reporteras guiris haciendo lo que ella sabe: informar; mientras las otras se desnudan reclamando un poco de atención. Sara, tú a lo tuyo.
Creo, Sr. Rey, que somos muchos los “teletrinchosos enamorados”.

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