lunes, 14 de marzo de 2011

qué le falta 3

Entro y cierro la puerta. La miro y me sonríe como siempre: dulce.
- Hola – leo en sus labios mientras se apoya sobre la barra y me besa. – ¿Cómo te ha ido el día?
- Muy bien, aunque ahora va mucho mejor. – Le cojo de la mano. Veo que se ruboriza y me dedica una cálida sonrisa envuelta en cierta timidez. Su larga melena se descuelga de su oreja ocultando parte de su cara. Me sigue sonriendo mientras me mira. Ojos verdes y pelo castaño. Junto a sus labios un pequeño hoyuelo que aparece en cada sonrisa. Me pregunto cómo es posible que no me haya fijado en ella antes. En ese momento de ternura veo a un personaje que está sentado frente al surtidor de cerveza.
- Lleva una hora aquí y no ha pedido nada más que un vino blanco. – Me comenta al ver que la miro intrigado.
Me levanto y me dirijo hacia él. Me extraña verle juguetear con una copa de vino vacía.
- Veo que tienes todo lo que necesitabas. – Me dice antes de que diga algo.
- Sí. Ya te lo dije… - le digo mirando a Miriam.
- Me ha dejado.
Se me congela la mente y me quedo parado. Al cabo de unos segundos reacciono.
- Madre mía… por qué. – Pregunto.
- Por qué no; sino por quién…
- Vamos a ver. Paso a paso. Situación.
- Entro en casa y me encuentro tres mensajes en el contestador. Enciendo la luz del salón y escucho los mensajes mientras cuelgo la chaqueta. El primero de mi madre, para que le devuelva las zapatillas de mi padre, que el hombre va descalzo por casa. El segundo de tu madre.
- ¿Mi madre?
- Sí, ya lo sabrás el martes que viene.
- El martes que viene es mi cumpleaños… - Murmuro. - ¿Y el tercero?
- Y el tercero, el suyo.
- ¿Y qué te dice? – pregunto intrigado.
- Que siente decírmelo por teléfono, pero que no ha encontrado el momento oportuno. Que lo siente, de nuevo, y que no puede seguir fingiendo algo que no va a ocurrir. Y cuelga.
- Entiendo.
- ¿Cómo que entiendes? ¿El qué entiendes?
- Cásate con ella.
- Me ha dejado, tío. No me jodas.
- Ve a tu casa, coge el anillo que desde hace 3 meses llevas en la chaqueta y preséntate ante ella.
- No servirá. – Me dice entre lágrimas. - Me ha dejado y no volveré a verla nunca más. Ha desaparecido de mi vida. Se ha desvanecido…
- ¿La quieres? – le interrumpo.
- Sí.
- Pues ya tardas.
Me mira.
- ¿Y qué le digo?
- Tú sabrás. El que la conquistó fuiste tú.
- Pero ahora es distinto.
- ¿Por qué?
- Porque me ha dicho que no me quiere.
- Eso no te lo ha dicho.
- Claro que sí.
- No.
- Hoy el pesao eres tú. Te estoy diciendo que sí…
- Y dale. Tú a lo tuyo. Mira arriba, relee lo que te ha dicho y me comentas.
Mientras lee, miro a Miriam. Me hechiza verla servir cervezas en silencio.

8 comentarios:

  1. El post me ha gustado mucho; sobre todo lo del amigo llorón y el buen consejo que le das: ve a por ella! Sigue luchando! Empuña el timón de la nave con más fuerza que nunca y endereza el rumbo!

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  2. ¿Se avecina boda? ¿Y fiesta sorpresa de cumpleaños?

    No siempre hay tan buenas conversaciones en un bar. Sobretodo si Miriam no deja de servir cervezas (y copas de vino blanco).

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  3. Me ha decepcionado, noble bloguer.

    El Peón Blanco

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  4. Peoncito, deja de tocar las pelotas.
    Con cariño.

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  5. Galletita-Galletita, estás fallando a tus lectores!

    ¿Qué tal una nueva publicación, ya?

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  6. Eso mismo digo yo! Invéntate algo y publica!

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