Notó cómo un temblor le empezó a subir por las rodillas
hasta llegar a la barbilla mientras los ojos se le inundaban en unas lágrimas
que no podía excusar. Las manos, custodiando el sobre con el mensaje más claro
que jamás había logrado descifrar, se iban empapando con esas lágrimas que
inevitables caían feroces hacia el sobre. Sin saber por qué, se sentía esclava
del momento: no podía hablar, no podía moverse, no podía hacer otra cosa que
esperar a que él dijera algo… pero él no se movía. No decía nada. Estaba
quieto, con su mirada clavada en esos ojos empapados. Aun y así la veía
hermosa…; tanto que le cortaba la respiración. No entendía su silencio. No
entendía la situación. Lo único que quería era darle la carta y desaparecer.
El momento rebosaba de un asqueroso silencio. Ella
únicamente oía el latir de un corazón nervioso y exaltado… y muerto de miedo.
¡Que te quiero! Gritaba para sí atormentada por sus palabras. ¡Que te quiero
más que a mi vida! Volvía a decir con la voz silenciosamente desgarrada. Dime
que me quieres, aquí y ahora, por favor. Dime que me quieres… Pero él no oía nada. Únicamente la veía quieta, casi
abrazando el sobre. Sentía unas ganas tremendas de abrazarla y fundirse en un
beso interminable. Quería gritarle cuánto la amaba, pero no tenía voz. Soñaba con
acariciarla y cuidarla, pero no tenía tacto. Quería velar por ella día y noche para evitar por siempre más
lágrimas inútiles... pero
sin embargo, seguía mudo frente ella mientras en su cabeza se desvanecían las letras que formaban el tan ansiado TE.