jueves, 14 de junio de 2012

despedida

-Somos amigos… -concretó escueto.

-Sí, somos amigos –consiguió decir en un hilo de voz mientras le apartaba la mirada.  ¿Por qué? ¿Por qué no le digo que le quiero? –se gritaba en silencio mientras sentía como una lágrima le surcaba su mejilla.

Frente a ella, él, expectante. Sostenía en sus manos un sobre con las últimas palabras que se había permitido dedicarle. Mientras la veía hundida en un llanto seco, con la vista puesta en el suelo inmersa en sus pensamientos, notaba como un aire helado le sacudía el corazón. –Tanto tiempo no puede tardar en decirme que me quiere –pensaba mientras acariciaba con los dedos el sobre.
En ocasiones jugaban a escribirse mensajes que luego trataban de adivinar con los surcos que el lápiz dejaba en el papel. –Mira –se dijo –he encontrado una letra. Con el índice la rodeó y la acarició siguiendo las líneas rectas. Era la letra E. Mientras se frotaba los dedos, índice contra pulgar, tratando de sensibilizarlos al máximo para adivinar la próxima, la miró de nuevo. Seguía absorta en sus pensamientos… y él volvió a los suyos. –Esto tiene que ser una U -Pensó al encontrar junto a la E un gran hueco donde la yema de su dedo encajaba a la perfección. Tras el éxito, levantó de nuevo los dedos y volvió a hacer el mismo ritual.

–Somos amigos. Se repitió. Su mirada, anclada al suelo, vaciaba la nada esperando que algo extraordinario sucediera. No sabía qué decir ni qué pensar. Únicamente sabía que no quería separarse de él. Estaban el uno frente al otro y entre ellos un largo silencio. Sentía un extraño dolor en el pecho que le impedía alzar la vista y mirar al joven que permanecía frente a ella. Y temía que al verle, se diese cuenta lo enamorada que estaba de él.

-Llora… -pensó mientras levantó el dedo del sobre rápidamente. Había encontrado una letra que no quería corroborar, porque de ser así…

El rápido movimiento de su mano hizo que ella se fijara, aun cabizbaja, en el sobre que él custodiaba. Al instante, viendo como él se acariciaba las yemas de los dedos, supo que estaba adivinando palabras. ¿Cuál estaría tratando de adivinar? Recordó las tardes en el porche de su casa y sus paseos por los bosques cercanos; los dos solos. Hablaban de las historias que leían, de las que se inventaban y de lo que creían. Opinaban sobre el bosque y soñaban con atreverse a hacer noche alguna vez. Sus vidas, sin quererlo, se habían convertido en prácticamente una, supliéndose sin esfuerzo en lo que el otro fallaba. Era tan hermoso y temía tanto que se le escapara otra lágrima, que sin pensarlo le arrancó el sobre de las manos.
-¿Qué haces? –preguntó él incrédulo.

Ella, haciendo caso omiso, lo agarró por el mismo sitio que él y tras acariciarse las yemas de los dedos, repasó el sobre. En seguida sus yemas percibieron el suave y frío tacto del papel blanco. Lentamente lo iba repasando haciendo líneas, buscando los surcos casi imperceptibles. Sabía que él no podría adivinar ninguna palabra que ella no pudiera, pues ella siempre ganaba. De pronto se paró. Su mano, de dedos espigados y piel tostada, acariciaba delicadamente el contorno de lo que había encontrado. Tras analizarlo varias veces, levantó la mano, y mientras se acariciaba los dedos, murmuró:

–Una E.

-Lo sé –Pero no sigas. Pensó Él.
Sin dejar de mirarle volvió al sobre. Notaba en él una mezcla de pánico y dolor que le intrigaba, pero dejó que sus dedos volvieran a tamborilear por el sobre hasta que encontró la preciada E, y ahí ancló su tacto. Giró levemente el dedo, siguiendo el contorno de lo que le parecía una letra hasta que al fin la yema de su índice reposó cómodamente en el valle que la U había formado.

-Ya tengo dos. –Le dijo seria.
-¿Cuál es?

-La U… Espera, que tengo otra. Esta es fácil: una Q.

-No sigas. Te lo ruego.

La súplica avivó su curiosidad por lo que había escrito y en un arrebato de agilidad repasó la línea y se estremeció.

-Ya sé lo que pone… QUIERO. –Mientras se lo decía no conseguía que su voz sonara más que un susurro. Por un momento, mientras jugueteaba con la carta, había vuelto al perfecto mundo de sus sueños donde todo esto existía sin pensarlo. Había vuelto a la vida que antes habían compartido y que tanto habían disfrutado. Se sentía completa sin tener que dar explicaciones a nadie. Se sentía querida y era una sensación que nadie podía arrebatarle. Pero tras haber descubierto la palabra, un chorro de realidad le había hecho despertar y darse cuenta que ese chico con el que tanto había compartido, al que tanto creía querer, estaba frente a ella esperando una respuesta. Pero había algo que seguía inquietándola; algo que le impedía decirle nada. Así que sin pensar por qué, volvió al sobre con una mezcla de miedo, por temor a que la palabra que la precedía no fuese la que esperaba; y necesidad, por querer que esa palabra fuese TE.

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