Te crees que tienes, oh pequeño imbécil, la razón, toda la razón y nada más que la razón. Cuando lo que tienes -y reitero-, oh pequeño imbécil, es una indigestión mental giliprogre que te marea hasta las ideas más ocultas. ¿Cómo es posible que sientas las bases de tu criterio en ese porte? ¿Cómo es posible que veas la grandeza en cuatro guarros-sucios cuya única compañía es un perro y una flauta? ¿Cuya una única meta es mal ocupar, chupando del verde esfuerzo de la sociedad hasta la última gota de su paciencia? No tienes vergüenza. Luego quiero verte gritar reclamando justicia cuando el injusto por baboso furtivo eres tú. Luego quiero verte llorar, oh pedazo de mierda, cuando talen un árbol, pues te untaré la cara a bofetones cuando no lo hagas frente al exterminio de los no nacidos. Luego quiero ver que violes mi criterio por un puñado de putas y maricones, y por ese puñado que me taches de asesino del civismo por no compartir vuestra tontería. Luego quiero verte respirar gasolina, que se te inunden los pulmones y que se te encharquen de osadía, por vivir del cuento toda tu vida y esperar que, por ser sociopollas, la ramera del Estado te de de mamar.
¿Por qué cojones vomitas tanta mierda? Das asco.
Y tú, pequeña furcia. Que te deleitas con paseos y sonrisas, y humedeces tus labios mientras miras lo ajeno. Bebedora de sangre. Que te aprovechas exponiendo tus obras a lo más profundo de la degradación del gentil. Que te deleitas torciendo rectitudes y rompiendo compromisos. Eres el significado de aquella que ofrece su cuerpo aun pagando por ello. Eres tanto en tan poco que incluso tu nombre me provoca arcadas. Eres la ramera de la sociedad. La eterna puta en celo. La niñata caprichosa que reclama su piruleta a gritos.