martes, 26 de octubre de 2010

la noche (parte 1)

- Recuerdo que la primera historia que me contó –prosiguió-, me hizo verle con otros ojos. Tu abuelo, siendo un hombre apuesto, había llegado a saborear las mieles de la desgracia y el terror en ciertos momentos de su vida…
- ¿Lo pasó mal? –Preguntó incrédula-. Siempre había pensado que mi abuelo había sido feliz.
- Tu abuelo fue feliz –se apresuró a contestar-. Eternamente feliz junto a vosotros, su familia. Sin embargo, mucho antes, tuvo que forjarse entre el barro y la tormenta.
- ¿Te refieres a cuando fue al ejército?
- Sí. ¿Sabes la historia?
- No. El abuelo decía siempre que los recuerdos del pasado deben quedar ahí. Nunca nos contó nada.
- Yo tuve la suerte de conocer muchas historias. Esta empieza así:

“El barro le cubría hasta las rodillas y el frío le paralizaba los dedos de manos y pies. Le costaba sentir lo que tocaba, y notaba como su cuerpo se entumecía poco a poco. Sus labios, agrietados por el frío y el intenso viento, sufrían hinchados cada vez que murmuraba que lo iba a conseguir. Llevaba siete horas caminando y el F-35 quedaba ya lejos, a unos 9 kilómetros, oculto entre la maleza y el barro. Maldecía recordando las últimas palabras que había mantenido con la base.
- Águila uno a base 3, cambio.
Segundos de espera.
- Base 3, águila uno. Adelante.
- Desciendo a ciento cincuenta pies por segundo. –Comentó de inmediato.- El timón de profundidad desintegrado por un proyectil; No he logrado ver de dónde venía. La cámara de expulsión preparada. Desconecto localizador en 5 segundos. –Expuso tan rápidamente como pudo.
Dos segundos de incertidumbre. El altímetro indicaba que en breves haría contacto con el suelo.
- Águila tres, copiado. Tenemos sus coordenadas, iremos a bu…
El altímetro marcaba 215 pies cuando activó el inyector y la lanzadera salió disparada. Presenció cómo su avión se estrellaba en la densa maleza mientras planeaba buscando un lugar donde aterrizar, aunque no disponía de mucho margen dado que se encontraba a escasos metros de las copas de los árboles. Sabía que debía ser rápido y sigiloso. Le habían enseñado en la academia a tomar decisiones en fracciones de segundo. Aunque era un hombre curtido en la materia, sabía que no podía relajarse ni un minuto.

Los últimos rayos de sol empapaban las copas de los árboles y pequeños resquicios de esa luz se filtraban entre la densa vegetación. Anduvo un cuarto de kilómetro más hasta que decidió hacer noche en un pequeño agujero junto a una enorme secuoya. Preparó el fuego compuesto de pinaza y ramas secas y se acomodó junto a él para intentar calentarse y pasar la noche lo mejor posible. Antes de cerrar los ojos colocó una señal que le permitiera orientarse a primera hora de la mañana. Sabía que las tormentas eran muy frecuentes y que, con ellas, la densa niebla ocultaba el mundo y te impedía ver a más de cinco metros. Agradeció haber mirado la previsión del tiempo para la próxima semana antes de partir en el vuelo de reconocimiento, y maldijo al que le había destrozado el timón de profundidad con los disparos. A causa de ello, se encontraba en medio de un enorme bosque, sin comida ni agua para beber. Avivó un poco más el fuego y colocó junto a él unos cuantos troncos. Por fin, al tenerlo todo preparado, cerró los ojos y se durmió.

3 comentarios:

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  2. Mmm... interesante. El abuelo con un pasado militar. ¡Qué no habrá vivido ese anciano ya fenecido! Admiro y me inclino sumiso ante la capacidad de retención de datos del muchacho, ¡es un fenómeno!

    Saludos,

    A.

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