Tragó saliva, tosió débilmente y le devolvió
como pudo la sonrisa.
El gentío seguía estupefacto la escena ya que no
podía comprender cómo la belleza del campus estaba hipnotizada por un don
nadie; un alguien que ni su nombre sonaba conocido y lo habían apodado como
“el chico”.
Noelia descubrió su carpeta, la abrió y sacó un
papel arrugado. En él unos versos marcados a corazón rezaban lo que Noelia
recitó, suave y despacio; haciendo hincapié en cada coma, en cada punto.
Susurrando…
Hay
veces que es imposible olvidarte.
Hay momentos en que odio quererte.
Circunstancias en las que quiero admirarte
Y otras tantas por las que quiero perderte.
Hay penurias que las paso yo solo
Y hay problemas que no quiero explicar.
Hay latidos que los recuerdo y lloro,
Y hay recuerdos que espero no alcanzar.
El momento es siempre uno y cierto,
Escarmiento recuerdo hoy por ti.
Y no siento la pena por mi llanto
Pues no miento, te quiero siempre a ti.
Las palabras de Noelia resonaron poderosas
entre el gentío absorto por la dulzura de su voz. Las manos le temblaban
débilmente mientras sostenía la mirada hacia aquél chico, mudo, temeroso de
bellas sonrisas, hacedor de versos secretos con cuyas rimas avivaba, en sus
sueños, su romance.
El chico la miraba pero no era capaz de reclamar su
obra puesto que en el código del buen cortés los versos no tienen otro dueño
que la doncella a la que van referidos; y él, a fin de cuentas, era el chico.