Te sientas y te acomodas. Te enciendes un cigarro y la recoges en tu regazo. Repasas, lentamente, todos y cada uno de los matices color roble. Acaricias su barniz. Te miras la mano y te retocas las uñas, perfectamente adaptadas. Le das una calada al cigarro y lo dejas reposar de nuevo en el cenicero; y te envuelves de ese humo, para ti tiernamente apestoso, mientras te entusiasma volver a componer.
Poco a poco te haces con los trastes, las notas, las cuerdas y los sonidos para crear magia. Tu obra, antes soñada, va existiendo poco a poco. Retomas melodías olvidadas y las fusionas, actualizándolas para darle ese papel principal en tu obra. Mientras te inundan tus pensamientos oyes a lo lejos unas notas de piano, débiles, tímidas. Afinas el oído y descubres que las manos delgaduchas que dan alegría a esas teclas son las de tu hermano pequeño.
- ¿Tú tocas esto? –le preguntas después de haber entrado en su habitación. Te lo encuentras sentado en la cama, con el órgano en su regazo y sus pensamientos en sus manos.
Te sonríe sonrojado.
Regresas a tu sitio, con tu guitarra y tu cigarro. Vuelves a imaginar. Las cuerdas rasgan sonidos nuevos en cada traste que te sitúas. Tus melodías poco a poco se componen. Pero… de pronto, escuchas de nuevo. ¿Quién es este? Dejas descansar a tu creadora y bajas las escaleras ansioso por ver cómo las baquetas golpean creando ritmos asombrosos. Te admiras por los redobles y los compases que tu hermano, el otro, es capaz de hacer. Resoplas y le dejas con sus historias. Él no se ha enterado de tu presencia. Te das media vuelta y te alejas mientras notas como los sonidos te golpean la nuca. Maravilloso.
De pronto te paras. “–Me falta uno”. Piensas.
Pues sí, ese soy yo. Pero yo estoy junto a las letras, describiendo. Mis uñas no son capaces de entrar en comunión con las cuerdas, ni tampoco son capaces de acariciar las teclas para ver nacer nuevas obras. Ni mis manos se curten mientras las baquetas redoblan una y otra vez. Mis manos se manchan de tinta por veros lucir vuestros talentos. Mis dedos revolotean frente a un teclado, alegres, imparables. Y mis rubores empiezan cuando escucho que dentro de vuestros talentos seguís con vuestro espíritu inviolable.
Sois mis hermanos.